miércoles, 12 de septiembre de 2012

El país de Nunca Jamás


Hace mucho tiempo, en un país llamado Nunca Jamás, vivían unos niños que vivían muy felices. Estos niños no podían crecer. De manera que siempre conservarían su infancia y se pasarían todo el tiempo jugando y divirtiéndose de mil maneras.  Sólo algunas veces estaban tristes, y era cuando recordaban que no tenían una mamá. Entonces para acortar sus tristezas fantaseaban con tener una muy especial. Eso ocurría en las noches, cuando recostados a sus almohadas, miraban desde sus ventanas las estrellas. Así esperaban alcanzar sus sueños, imaginando que una mujer tierna y perfecta, les acariciaba la cabeza mientras les leía un cuento. Un día, antes de que los pensamientos sobrepasaran sus vigilias, ocurrió algo muy extraño.

Detengámonos aquí, porque esto no es el cuento de Peter Pan. Quería atraer vuestra atención, pero si me lo permiten, prometo contarles una historia real. Una de un niño que también miraba a las estrellas, pero sus sueños y sus esperanzas eran mucho más difíciles y para colmo también creció, se hizo adulto y envejeció como todos.

Nuestro niño nació en la ciudad de Placetas, en la mitad de la Isla de Cuba. Pero su historia puede ser la de cualquier niño cubano. Podría ser tu abuelo, tu tío, tu padre, depende de la edad que tengas. Como seguramente estás imaginando, este niño no conoció las computadoras ni los videojuegos, y su mayor entrenamiento era jugar afuera con sus amigos. Como era pobre y no tenía dinero para jugar a la pelota, jugaba a la quimbumbia, una versión muy humilde y sencilla del mismo juego. Él creía en las cosas más simples, en la familia, en los amigos, en los charcos que se hacían frente a su casa cuando llovía y en otras cosas más complejas como el futuro.

Juzgaba el futuro con mucha crítica. Tenía tanto fundamento para sus siete años, que su abuela decía que se parecía al cascarrabias de su abuelo. Esa fue la época en que lo enviaron con su padre a Santiago de Cuba. Es cierto, lo había olvidado por completo. En aquella época también se divorciaba la gente y lo hacían con tanta normalidad como al día de hoy. ¡Que digo yo la gente!, ¡los cubanos! Cuba fue el primer país de Latinoamérica en establecer una ley de divorcio en 1918, y mucho antes que España, que tardó hasta el año 1933. Pero no nos distraigamos.

Santiago de Cuba era una ciudad grande y muy diferente a Placetas; no todos conocían a todos. Calles empinadas, que no tenían nada que ver con las alisadas callecitas de su ciudad natal. En 1953 el calor era impresionante, pero si conoces Santiago, sabrás que siempre fue así y siempre lo será.

La calle Reloj, donde ahora vivía, no estaba muy lejos de un cuartel militar llamado Moncada. Eran los finales del mes de julio, y por esas fechas ningún santiaguero se atrevería a dormir con las ventanas cerradas. Eso sería como asfixiarse voluntariamente. Así que en aquella madrugada del día veintiséis de julio, casi todos los habitantes de la ciudad sintieron los disparos. Digo casi todos, porque en Santiago también vivían algunos sordos.

Su padre se levantó de un sobresalto y corrió al cuarto del niño, que también se había despertado. Después de comprobar que todo estaba bien, le ordenó al chico que no se moviera de donde estaba. Sobre las ocho de la mañana desayunaron, como si no sucediera nada, pero seguían oyéndose detonaciones en el exterior. Ya en la noche, el padre se le acercó y le dijo. «Hay jóvenes muertos o huidos allá afuera. Si vas a vivir aquí conmigo, no quiero ni pensar que tú puedes ser uno de ellos».

El niño asintió con la cabeza, sin entender porque su padre le pedía algo tan extraño, y le hablaba con un tonillo filosófico que no podía asimilar. El no quería ser nadie más, que no fuera él mismo. 

Ya sabemos que el futuro siempre le pellizcaba los pensamientos, así que poco a poco, empezó a darle vueltas al asunto. Comenzó por atar las conversaciones que los adultos pretendían pasar por sus narices sin que el las comprendiera. Que si el hijo de Faustino está metido en asuntos de política, que si Florencito, el de Natalia, desapareció, pero también dicen que se fue para La Habana, o que Reinaldo, el chico que trabajaba en la peletería de los Méndez, apareció muerto en una cuneta.

En el Santiago de Cuba de los cincuenta, era demasiado difícil mantenerse ajeno a las noticias que corrían de boca en boca y que también aparecían en los periódicos. La prensa estaba en contra del gobierno de Fulgencio Batista porque lo consideraban incapaz de mantener por cinco minutos un mínimo de elocuencia. La clase intelectual cubana, perfeccionista y con un notable prestigio internacional, no soportaba a estos individuos que no daban la imagen de pueblo civilizado. Su gobierno siempre dio un balance positivo desde el punto de vista económico y social, pero también se destacaba por los grandes escándalos de corrupción. Siempre fue una controversia y siempre lo será, porque aunque Batista no despertó nunca la simpatía de los cubanos, sus obras monumentales quedaron para la posteridad.

Hoy en día esas construcciones son parte de la fotografías seleccionadas para vender a la Isla, como el paraíso económico y perfecto del turista extranjero. Pero esas imágenes de Arte Deco labradas sobre concreto, no eran suficientes. Los cubanos esperaban algo más del presidente de la república; bienestar e igualdad. Sobre todo transparencia, algo que a Batista, arrogante como un pavorreal, le costaba mostrar. Vehemente de poder, no estaba dispuesto a permitir, que después de cuatro años de gobierno, lo apartaran de la gloria presidencial. De ahí su golpe de Estado, el que le dio luz verde a los movimientos juveniles que estaban artos de no tener una verdadera democracia. 

Pasadas las dos de la tarde de aquel lunes, su padre había decidido cerrar la mueblería; el negocio de la familia. Ya el chico estaba en medio de una adolescencia difícil y compleja, por eso el padre, con tal de que tuviera algo de dinero en el bolsillo, le había permitido trabajar en la mueblería después de la escuela. Eso estaba bien siempre que no afectara sus estudios. Quería que fuera «alguien», un doctor o un abogado, daba igual lo que eligiera. Aquel día de enero de 1957, también había calor. El invierno nunca pasa por Santiago de Cuba porque allí Hefestos erigió sus estancias bajo la tierra. La tierra caliente, como siempre la llamaron sin saber por qué. En fin…

Como el negocio no estaba dejando suficiente dinero, ahora brindaba el servicio de reparación de balancines y tapicería de sillones. Antes de cerrar le dijo al hijo que no se fuera a casa sin reparar los dos balancines de los Gillois. Lo único que tenía que hacer era encolar los brazos que se habían desajustado; el barniz se lo daría al día siguiente.

Cuando su padre se marchó, se fue al cuartucho de la trastienda y destapó la vieja imprenta. Tomo el stencils copy, vulgarmente estenci, y lo colocó en el cilindro, por último llenó la cubeta con tinta negra. Daba gusto ver como por un lado entraba el papel blanco y limpio y por el otro salían cuatro rectángulos idénticos en los que se podía leer: «Batista Asesino, M26».

Su felicidad duró muy poco. A su padre, con los apuros, se le había quedado la luz de la oficina encendida y regresó para apagarla. Ante sus ojos su hijo era un irresponsable y ya no podría confiar en él. A la pregunta de: ¿para quien estás imprimiendo esta porquería?, la respuesta fue: para la Revolución.

Pero no se crean ustedes tanta honestidad, él había mentido. En realidad era un encargo para un miembro de la misma familia de los sillones que tenía que arreglar, para la joven Vilma Spin Gillois.

Unos meses después, con solo once años de edad, el chico se unió a los rebeldes y más tarde bajó echo todo un patriota; con unos bellitos en la cara, a los que únicamente él podría llamarle barba. La Revolución le ordenó estudiar, combatir en Playa Girón, ir a misiones internacionalistas y él lo hizo tal y como le habían ordenado. La Revolución le ordenó confiar en el futuro y él trató de hacerlo.

Pasaron los años, pero, nunca jamás, el país prosperó. La arquitectura de las ciudades cubanas no cambió, de manera que hoy puedes caminar la Habana sin perderte con un mapa de 1958. Irónicamente, también puedes admirar las obras de aquel otro tirano que se llamaba Batista y que murió en España, feliz y rico, sin que al final nadie pudiera juzgarlo por sus crímenes. El tiempo se había detenido en la Isla, pero con la particularidad de que los niños siguieron creciendo.

Ahora el niño anda por las calles de un país que quería construir, pero que se cae a pedazos. Algunas veces se le nota seguro, otras con dudas, bien soñado o mal despierto. Va perdido en un futuro que no es como lo había imaginado, junto al tiempo estafado de su gran época. Siempre honesto, humilde y perseverante, pero siempre, como el mismo solía decir, siendo el mismo.

..................................................................................................................................................................


Nota: Esta no es la historia de mi padre, la de él es un poco más compleja, pero si lleva su esencia. Su historia es difícil de contar, quizás algún día. El mío hizo lo que creyó correcto para su momento, y nunca dejó de confiar en el futuro. Se mantuvo alejado de las acciones indignas, como actos de repudio y esas tropelladas que sólo se hacen desde un poder inmenso. Tal vez el tuyo se ajusta más a esta narración, pero en cualquier caso, yo quería homenajear al mio. Él vive aún en un país que también podría meritar el nombre de Nunca Jamás.

(Dedicado a todos los padres de mi generación y la de mi hermano)


miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cum finis est licitus, etiam media sunt licita


Hoy estaba revisando partes de un libro que pienso publicar muy pronto y decidí «refrescar». Mi padre, que está lejos de mi, y al que no veo desde hace más de veinte años, solía decirme: «cuando te canses, lo único que tienes que hacer es cambiar de actividad». Lo lógico entonces hubiera sido que me pusiera una sudadera y me fuera a correr a la calle, pero estoy cuidando a mi bebé. El único cambio de actividad que me queda es el de cambiar de tema. Claro que cambiar de contenido, también se me hace muy difícil, pero vamos a intentarlo.

El Fin, Justifica los Medios
(Uno de los clichés filosóficos que más daño ha hecho a la humanidad)

Esta foto no pertece al Holcasuto Nazi.
Genocidio Ucraniano (1933), siete millones en un solo año.

Es una frase de Hermann Busenbaum, un teólogo del siglo 16 d.C. Este Jesuita nació en la antigua región de Westfalia, al norte de Alemania. Hoy la ubicaríamos entre la región de Renania y la Baja Sajonia. Aclaro esto porque no puedo evitar pensar en «La Nueva Gaceta Renana», el periódico de Carlos Marx, otro de los filósofos que ha marcado a la humanidad con sus razonamientos.

Teoloía Moral
«Cum finis est licitus, etiam media sunt licita», «Cuando el fin es licito, el fin justifica los medios». Este argumento puede ser leído en su gran obra: «Medulla theologiae moralis» la cual merecería un artículo aparte.

Hermann Busenbaum
En buen castellano podemos entender por «fin» el «objetivo», por «lícito», lo que es «correcto, bueno o aceptable», y por «medios», la «forma» o los «recursos» con que se trate de alcanzar ese «objetivo». Para una mejor compresión vamos a redactar nuevamente la frase. «El objetivo, si es bueno, justifica la forma en que se alcance». De manera que queda claro, según este concepto, tan empleado hoy en día por personas presuntamente ilustradas y de buen corazón, que si para alcánzar un «objetivo bueno» es necesario, hacer cosas que no lo sean tanto, queda plenamente justificado.

Nicolas Maquiavelo
El asunto más importante a definir es: ¿qué es un «objetivo bueno»?. ¿Quién define, o decide, cuando un objetivo es bueno? La ética de toda la frase pasa por esa persona, presuntamente omnipotente, que es capaz de decidir sobre una cuestión de gran relevancia; el objetivo bueno.

Maquiavelo entendía, apoderándose de esta frase, que los gobernantes estaban por encima de la ética y de la moral cuando se trataba de alcanzar «objetivos más elevados». La Italia fragmentada de los reinos, incluida su natal Florencia, sobrevivían al antojo irracional de sus gobernantes y de la iglesia. Al tiempo en que la iglesia controlaba directa e indirectamente, y de manera extraordinaria, todos los reinados, incluida también la República Veneciana.

Vladimir I. Lenin
La revolución rusa, ejecutada hasta su triunfo por el ideólogo ruso Vladimir Ilich Lenin, seguidor de las doctrinas de Carlos Marx y Federico Engels, y continuadas con la misma eficacia por su discípulo Joseph Vissarionovich Stalin, supo emplear ese concepto. Se suponía que el proletariado era la clase más revolucionaria de la época y que la clase burguesa debería ser exterminada. Los filósofos modernos llaman a eso «Ingeniería Social», pero las personas más modestas como yo le llaman asesinato.

Lenin fue el precursor de lo que el definía como «la guerra de clases». Defendió su criterio, y lo hizo práctico en 1917 con el triunfo de la Revolución Socialista Rusa.  Con la justificación de que la armonía y la paz sólo se alcanzarían si determinados grupos sociales eran erradicados, imprimio un sello de sangre a la historia de su país. De esa manera fueron privados de la vida al menos diez millones de rusos, en los cinco primeros años. Es una cifra, que según varios analistas ,nunca es exagerada. Pero esta idea no era originalmente de Lenin. Podríamos decir que Lenin la adaptó a las circunstancias de la Revolución Rusa.

Carlos Marx
Federico Engels
Ya antes Engels hablaba en términos de «basura racial» cuando se referían a ciertos grupos étnicos europeos que no habían alcanzado el «capitalismo», la antesala del «socialismo». De manera que estos pueblos más atrasados, inmersos en un feudalismo, deberían adaptarse o desaparecer.  Este dato fue publicado en La Nueva Gaceta Renana, del gran amigo de Engels, Carlos Marx.

Los ideólogos y filósofos alemanes ya tenían sus miras «al nuevo hombre del futuro», un ser avanzado y de pensamiento más evolucionado. Aquel que no se adaptase, que no tuviera la capacidad de redefinirse en la nueva sociedad, no tendría el derecho de pertenecer a ella.

Sello conmemorativo de Stalin y la nueva juventud de los Soviets
Stalin, el sucesor de Lenin, arremetió contra Ucrania entre 1932 y 1933, los historiadores llaman a este hecho como “el exterminio ucraniano”. En el invierno de 1932 las reservas de alimentos en Ucrania se habían agotado y Stalin decidió que nadie debería salir de la zona, por lo que los ucranianos fueron confinados a sus territorios sin la opción de emigrar. A pesar de esta medida, en 1933 los ucranianos habían logrado sobrevivir, de manera que la segunda medida fué confiscar todos los alimentos de la Republica Ucraniana, y entonces la gente comenzó a morir lentamente de inanición.

En un solo año (1933), siete millones de ucranianos murieron de hambre, una de las muertes más agonizantes y terribles que existen. El plan funcinó con una eficacia que no podría ser superada en el futuro por los nazis. Uno de los chistes de Lázar Moiséyevich Kaganóvich, más conocido como el «Lazar de Hierro», era «en Ucrania nos ahorramos muchas balas» Lo paradójico de este individuo no era que fuera uno de los mejores amigos y camaradas de Stalin, lo increíble era que fuera ucraniano. La Revolución Socialista estaba por encima de todo, lo justificaba todo. El fin justificaba los medios.
Imágenes muy raras del genocidio ucraniano aquí 

Adolfo Hitler y las "Juventudes Alemanas"
Tampoco he encontrado referencias directas a esta frase dentro de la panegírica nazi, pero vale la pena recordar que la «Solución Judía» estaba basada en el mismo concepto. Se suponía que a los judíos eran responsables directos de los males del pueblo alemán. En pos de un beneficio mayor, el de la gran Alemania, ellos deberían ser sacrificados. Millones de personas terminaron en las cámaras de gas de los campos de exterminio nazi.

La ideología Nazi también estaba encaminada a construir un «nuevo ser humano», esta vez la idea estaba basada en una falsa teoría, la de la pureza racial aria. En el caso del Comunismo Soviético estaba fundamentado en un concepto social. En ambos casos se pretendía justificar la encomienda sobre una base científica y la idea de conseguirla estaba por encima de todo. Otra vez, el fin justificaba los medios.

Ernesto Guevara. En 1960 asesinó a más
de 1500 personas en la Carcel de la Cabaña
Ernesto Guevara de la Serna, conocido como el Che o el Guerrillero Heroico, en su momento debió haber tomado nota de estos razonamientos. Para él era importante construir a toda costa «un hombre nuevo». Los campos de trabajo forzosos, Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), fueron la genial idea del Che. Allí irían aquellos jóvenes considerados antisociales, testigos de Jehová, homosexuales, disidentes, entre otros de difícil adaptación. En la entrada de uno de aquellos campamentos, doblemente cercados y coronados con alambres de púas, podía leerse: «el trabajo te hará hombre».

No creo que sea una casualidad que en los campos de concentración nazi pudiera leerse: «el trabajo te hará libre», mientras que los campos de concentración soviéticos se leyera: «trabajar es un honor». Toda esa inhumanidad estaba justificada, porque estaría encaminada a lograr el hombre del futuro.  Eso si, cada cual con su concepto de «hombre del futuro», y en los tres casos secundadas por pueblos enteros que se enamoraban de la fértil y maravillosa idea de construir contra viento y marea «su hermoso mañana».

Fransisco Franco
"El Generalissimo"
Francisco Franco, el dictador Español, estaba convencido que para alcanzar una España unida y prospera habría que hacer frente a toda la oposición y destruirla. Esto incluía a masones, comunistas, sindicalistas, anarquistas y ateos, entre otros. Para él la sociedad perfecta debería estar sostenida en la familia cristiana y en la obediencia a las leyes, sus leyes. Miles de españoles murieron en las cárceles y campos de trabajo, aún después de la segunda guerra mundial, donde España no participó.  Su fin justificaba los medios, entre los cuales cuentan la construcción de un grandioso monumento en El Escorial, donde murieron por muy diferentes razones, los derrotados.

Augusto Pinochet
Augusto Pinochet, derrocó en un golpe de estado al gobierno elegido democráticamente de Salvador Allende. La razón que lo impulsó fue que el nuevo presidente estaba tomando medidas populistas al estilo cubano y que sus acciones estaban afectando la economía nacional. Desde su definición de lo que es «un buen objetivo», se justificaba una de las dictaduras más sanguinarias de América Latina, donde murieron y desaparecieron miles de jóvenes chilenos. Las muertes se estiman en más de veintiocho mil ciudadanos. Pinochet cumplió su objetivo y apuntaló la economía chilena, pero el daño emocional y la división que sembró en su pueblo, no ha sido superado después de varias generaciones.

Foto tomada de la televisión en el
momento en que un segundo avión
va impactar sobre el segundo edificio
 en Sep 11, 2001
Las organizaciones terroristas de todo el mundo, utilizan la idea del «mal menor». Allí donde el fin justifica los medios, es licito asesinar inocentes para hacer «llamados a la conciencia». Se pueden hacer estallar bombas en el Metro de Madrid, o atentar contra dos rascacielos en Nueva York repletos de civiles. Se puede asesinar a políticos por razones ideológicas de tipo separatistas, e incluso se puede extorsionar y coaccionar al ciudadano para recibir el apoyo que esperan de él.

Campesinos asesinados por la FAR
Guerrillas Colombianas
Las guerrillas sudamericanas, entienden que es correcto secuestrar y asesinar inocentes. Incluso pueden encontrarle una justificación moral e ideológica al tráfico de drogas. Lo mismo ocurre con las bandas paramilitares.

Hay seres que están convencidos de que su «buen objetivo», lo puede justificar todo. Los ejemplos son tantos, que bien valdrían un compendio de las barbaridades humanas. Como en un inicio hube de exprezar, el punto que distorciona la balanza es, ¿quien decide lo que es un buen objetivo?, uno que  valga romper con toda la ética humanista que de formas caprichosas nos abandonan.

Y todo es culpa de Hermann Busenbaum, «Cum finis est licitus, etiam media sunt licita».