viernes, 21 de marzo de 2014

Un viaje en el tiempo


(sobre Venezuela)

Era domingo, lo recuerdo muy bien. Para ser más preciso voy a referirme a la noche del 29 de septiembre de 1991. El cómo estuve allí sería muy largo de contar. Siempre he creído que este pasaje merecería más de letras, pero termino  utilizándolo como un ejemplo para enfatizar alguna historia que desee contar.  Se trataba de la casa del embajador de España en Cuba, un lugar al que personas como yo les hubiera sido imposible visitar en circunstancias normales. Lo cierto es que estaba allí, nada más y nada menos como un invitado más.

Me sorprendo yo mismo por la cantidad de recuerdos que han sobrevivido en mi mente de aquellos ciento veinte minutos. Aquella mansión indescriptible, como un idelio soñado y hecho relidad por uno de esos artistas que llaman arquitectos. Mi madre que estaba conmigo, o yo con ella, debería contactar con don Amárelo de Castro, el secretario del Presidente de la Xunta de Galicia, es decir, con el secretario de don José Manuel Fraga Iribarne.

El embajador daba una recepción en su casa para despedir a don Fraga, que había ido a Cuba en representación de los empresarios gallegos para establecer vínculos con la nueva apertura económica que el gobierno cubano estaba divulgando. Para mi madre era la oportunidad ideal de contactar con don Amárelo de Castro, quien debería ayudarla a salir de Cuba, por ser ella española y encontrarse retenida en la Isla en contra de su voluntad. Pero no se preocupen, eso es otra historia.

Lo importante, insisto, es que yo estaba allí. Cuando ya pensábamos marcharnos, después que mi madre contactó con la persona indicada, ocurrió algo que nos paralizó a todos; El Comandante acababa de llegar.

Un operativo impresionante de guardaespaldas irrumpió en la casa del embajador y todos dijeron: «¡llegó Fidel!». Fui arrastrado desde los jardines hasta uno de los salones por una muchedumbre entusiasmada por verlo. El líder había llegado y la corte se desesperaba por reverenciarse; como es debido. No sé como terminé acorralado detrás de un piano de cola, apretujado por dos señoras mayores, cada una con un par de tetas enormes que amenazaban mi cara. No recuerdo a que parte de aquel salón fue a parar mi mamá, pero ella también lo vio. El Comandante pasó frente a mí, a la distancia de un piano. Yo tan joven, tan insolente y rebelde, no pude evitar pensar que había tenido al canalla tan cerca, tanto que me hubiera sido imposible errar el tiro. Todos mis pensamientos fueron fulminados cuando una de las pechugonas dijo: «¡Pero, que hombre más lindo!».

No lo entendí entonces, y todavía hoy no lo entiendo.

El 20 de Marzo de 2014, ayer, pasó algo que tampoco entendí y  ahora me cuestino si en lo que me queda de vida tendré la capacidad que me conduzca definitivamente a ese umbral de las comprenciones imposibles. Claro, ahora vivo en la era de las comunicaciones, la de las redes sociales. El mundo pasa frente uno, hasta que casi puedes tocarlo en el frío deshumanizante de la pantalla de un ordenador. Por supuesto, me refiero a Facebook. Ese lugar en el que te enteras de todo, o casi de todo, antes de que sea noticia.

Una de mis amigas virtuales, de esas que nunca he visto en persona, que nunca me ha visto, exactamente del tipo que esta ahí y que tiene algo interesante por lo que decides dejarla por un tiempo, y después más tiempo, hasta que un día dejas de verla aunque esté ahí, plasmó algo que suscitó mi atención. Era otro Comandante.

Se trataba de su silueta y una de las manos señalando el cielo, quizás al futuro. Puede que ecuestre, pero si gigante, o como le llaman ellos, El Comandante Eterno. ¡Exacto!, me refería a Hugo Chávez. Yo suelo pasar de esas cosas, no solo porque el tema venezolano me duele, casi me martiriza, si no por algo más. Yo detesto profundamente el culto a la personalidad.

Endiosar hombres es una costumbre ignorante, pero ha estado presente en la historia de la humanidad y a definido muchísimas veces su destino. Reyes endiosados arrastraron a pueblos enteros a las guerras que los destruyeron. Sembraron el odio, dividieron naciones, pero fueron seguidos y amados ciegamente por sus adeptos. Napoleón Bonaparte, hombre pequeño con complejos de grandeza, arrastró a sus ejércitos que lo veneraban, hasta un abismo en el que Francia tuvo que humillarse. A Hitler también lo amaban. Las mujeres suspiraban cuando lo veían y muchas se desmayaban. Aquel bigote ridículo que le engurruñaba la boca, la mota de pelo cubriéndole la frente, los discursos violentos, pero sobre todo compulsivos, ¿y ellas?, ellas muriéndose por él.

Pero, si es interesante que otros amen a estas «cosas vivas», más sugestivo se me presenta el que otros amen a estas «cosas muertas».

Hugo Chávez ha muerto físicamente, eso es un hecho. Que lo sigan amando entra en el terreno de las aflicciones emocionales. Se pueden amar las ideas, los recuerdos o lo que estos representan, ¿pero amar el cuerpo del muerto en sí? No lo sé. Tal vez cuando aún se conserva, cuando han pasado unos minutos después de la muerte. Puede que no me moleste aquel beso con que el Romeo de los Montesco humedeció los labios de su Julieta, la de los Capuletos. Y todavía sigue pareciéndome una imagen necrófila.

¿Qué les parece, si de pronto debajo de aquella imagen que les comenté antes, la del Comandante Eterno, van apareciendo los siguientes mensajes?

«que bello, que hermoso, mi amado, me hiciste falta, te extraño»

Y esta es la mejor:

«me causa dos sentimientos y…, porque ya no estás».

Entonces te preguntas: ¿cuál es el otro?

Y yo, con esta imaginación perversa que me permite escribir abominaciones, las veo. Todas disputándose un ataúd, el muerto en el suelo, o dispersado. Se le nota enjuto y los huesos navegan desordenados e inubicables, y ellas subiéndose las faldas dispuestas a conquistar el orgasmo que nunca tuvieron.

Me horrorizo por esa imagen de necrofilia y no puedo pasarlo por alto. Es inevitable que les escriba, y lo hago. Aunque sea difícil creerlo, no quiero herirlos, solo prevenirles, pero es importante que les diga lo irracional que me parece lo que estoy viendo. Me libero.

« Dios mío. Dan miedo. El país dividido en dos, desangrándose, mientras ustedes tienen nostalgias de un muerto»

Dije «nostalgias» para cuidar mis palabras. Inmediatamente comenzaron los insultos, pero lo interesante es la forma en que lo hicieron. La cultura del odio nació de la nada. No habían comprendido. En ese momento lo entendí. No hablaba con hombres y mujeres, más bien con creyentes y creyentas. Acababa de profanar al Dios del sexo y mitológico de su ideología.

Supongo que puedan imaginarla la lista de intentos de ofensa. Yo propongo sintetizarla de la manera menos vulgar que sea posible.

Pagado
Mercenario
Terrorista
Imbécil
Estúpido
Agente de la CIA
Homosexual (homofobia patente)

….entre otros

Reconozco que no me lo dijeron exactamente así, pero si realmente desean divertirse, podrán leerlo con exactitud textual y gráfica, al final de este artículo.

Quisiera concluir explicándoles el porqué de el título: «Un viaje en el tiempo»

Decidí llamarlo así por una razón muy simple, hay un desfasaje en el tiempo respecto al modelo que han escogido los que se autodenominan chavistas,  un desliz respecto a la época que están viviendo.

Toda esta manera de actuar, agresiva, viendo imperialismo por todas partes, agentes de la CIA, pagados del imperio, incluso la animadversión hacia los homosexuales al considerar la «palabra» un insulto, la vulgaridad barriobajera, gritar (escribir con mayúsculas), todo eso es un pasado en un país como Cuba, el modelo que supuestamente siguen. Si bien seguimos teniendo una dictadura, los cubanos han evolucionado desde aquellos 70. Incluso hemos visto a un Raúl congraciándose con la comunidad cubana de Miami, protegiendo el aire tibio que llega con las remesas, de los que otrora, ellos mismos llamaron traidores.

Ellos, los apologistas de la ideología post mórtem chávez, me permitieron viajar a los 70, a los 80 y a los 90 de una Cuba, que para mí era pasado.

(Todo fue posteado en un lugar público, en respuestas a escritos dirigidos a mi persona)

Sin más, este singular recuerdo de Facebook:


Haga Clic sobre la primera imagen para ampliación en álbum.





















jueves, 20 de marzo de 2014

Análisis optimista sobre Venezuela

La mayoría de los analistas políticos coinciden en una evidencia cuando se trata de Venezuela, es un país polarizado al extremo. Las dos caras fundamentales de la sociedad están enfrentadas radicalmente. No se trata del clásico careo entre los Demócratas y los Republicanos estadounidenses, o el de los Socialistas y los Populares españoles; dos contextos políticos bien conocidos por los cubanos. En el caso de los venezolanos, el enfrentamiento es radical, porque no hay puntos de coincidencia. Los chavistas persisten en un modelo que durante quince años ha demostrado con creces su inoperancia y los opositores ya no quieren convivir con nada que se parezca a ese modelo social.

Detrás de la resistencia chavista se esconde la nostalgia y la fidelidad a todo pecho por el caudillo muerto; una forma emocional de no traicionar su memoria. Chávez, un poco por su habilidad política y otra por el vulgarismo, cautivo a aquellos que se sentían marginados y les reveló un supuesto camino de venganza contra aquellos que gozaban de un mejor estatus social. Es curioso, pero es obvio que desde las revoluciones más insignes hasta las más decadentes, incluyendo a la Revolución Francesa, siempre estuvieron marcadas por dos elementos, uno objetivo y otro emocional. El primero lo constituye, sin ninguna duda, la injusticia y la excesiva pobreza. El segundo, no se sorprenda usted, es la envidia.

El chavismo ha convencido a sus adeptos de que los problemas del país son culpa de una vieja oligarquía, que no quiere ceder ante el arrollador avance de una sociedad socialista. En ésta, el Estado asume todo el roll de las competencias individuales y determina, de manera fulminante, en el destino de las cosas y de las gentes, sin apelativos y sin peros. Sin embargo, la realidad es que una oligarquía es sustituida paulatinamente por otra; la nueva oligarquía bolivariana. En ese argumento, de acuerdo a las innumerables definiciones de Fascismo, incluida la de los marxistas, el gobierno venezolano de la actualidad se presenta y se define de manera muy cercana a este axioma.

El fascismo crea las premisas para incorporar a sectores muy extensos de las masas a la lucha a causa de la privación absoluta de derechos, poniendo de manifiesto la identidad de intereses entre la democracia y la revolución socialista.

Extraído de: «Fascismo en base al análisis de clases del Fascismo».

En el caso de la oposición venezolana, esta vez acorralada y marginada respecto a las instituciones del Estado, hay un claro sentido de la supervivencia. Ha comprendido, después de varios años de enfrentamientos con el muro de la inmunidad político-chavista, que el diálogo sujeto a los guiones del gobierno terminan siendo monólogos en los que les queda muy poco margen para decir algo. Esto lo vemos en el congreso de los diputados, donde Diosdado Cabello, ha asumido perfectamente su papel de policía de la democracia. Silencia a la oposición, con insultos, amenazas, desconectando micrófonos e incitando a la violencia física. Su papel preferentemente debería ser apolítico, como ocurre en el mundo de la democracia más respetable. Este acérrimo chavista no disimula su intención de jugar un papel oficial, trascendiendo y sobrepasando sus obligaciones, puesto que su única responsabilidad, real y constitucional, es la de regular las intervenciones de los diputados de manera justa y equilibrada. Esta es la trama básica y esencial de la política actual en Venezuela, pero hay un elemento indeseado para el gobierno que la está cambiando.

Se trata de una guillotina creada a la medida de las circunstancias; el deterioro económico. Todas las revoluciones de izquierda se han caracterizado por incurrir en tres sucesiones de eventos fundamentales:

1- Control absoluto de las instituciones.
2- Promover justicia social por medio de bienes no creados por el Estado, es decir, expropiando a terceros.
3- Una incapacidad inherente para restablecer esos bienes, o crearlos.

Venezuela está tropezándose en estos momentos con el último de los incisos. Y en este sentido comienzan a definirse algunos elementos. En primer término el desabastecimiento. Por si a alguien les recuerda algo, es exactamente lo que ocurrió en Cuba y la justificación que encontraron por aquel entonces fue fielmente la misma: «el acaparamiento intencional para generar el caos y el descontento social». Así nació la libreta de abastecimiento y ya sabemos los malabares que tuvieron que seguir haciendo las familias cubanas, y que continúan haciendo, para solucionar sus problemas alimentarios y demás avituallamientos.

El problema es que en el caso de Venezuela esta justificación tiene un problema. Se trata del país con mayores reservas de petróleo del Planeta y uno de los mayores exportadores de crudo a nivel internacional, lo que técnicamente debería convertirlo en uno de los países con mayor Producto Interno Bruto (PIB) y por tanto podría hacer gala de elevadísimos índices de bienestar social.

Si habláramos de ineficiencia económica, aun en ese caso, no debería existir tal desabastecimiento, así que como ya todos sospechan, en el caldero de las dudas queda algo más.

Ya son bien conocidos los múltiples escándalos de corrupción en PDVSA, la mayor entidad venezolana que gestiona la explotación y exportación de petróleo, y que esta vinculada directamente a la misma gestión del gobierno. Sus directivos son puestos a dedo por el mismo presidente y sus afines más cercanos, todo esto sin contar la mano oculta que mueve los hilos desde la Habana. Ya no son pocos los gobiernos de América Latina que han recibido dinero constante y sonante de manos del gobierno chavista. Escándalos de maletas repletas de dinero en valijas militares y diplomáticas, campañas electorales completamente subvencionadas, y prestamos de dinero petro-venezolano sin intereses y  a largo plazo.

Mientras, Venezuela necesita abastecerse y ha recurrido a todo tipo de gestión, casi siempre poco ortodoxa con tal de lograrlo. Más recientemente el escándalo de corrupción, que devino en una deuda de mas 500 000 millones dólares que se debían a los comerciantes panameños. «El gobierno fija los precios en una arenca populista que pretende disimular su inoperancia productiva y en ese desbalance los comerciantes venezolanos no pueden pagar su deuda a los de Panamá. Así la mesa de lo que está en camino queda servida, Panamá detiene sus suministros a Venezuela, más desabastecimiento y esta vez con muy pocas posibilidades de poder invertir el proceso.

Las palabras triunfantes, soberbias y amenazantes contra «el imperio que pretende intimidarlos y rendirlos por hambre» suenan bien en la Tele, pero en los hogares las tripas crean un sonido diferente que no entienden en el Palacio de Miraflores. La «dignidad» de los que no sufren el problema, comienza a parecer poco creíble. Lo de siempre. Lo mismo antes del chavismo y ahora con el chavismo, pero con una diferencia distintiva: «Ya no hay pan con que cerrarle la boca a los que cambian de opinión».

En ese contexto se debate Venezuela. Una vez más la izquierda dura, la buenita y del pueblo, no tarda en sacar las uñas. No se mide en tachar de fascistas a quienes ya no siguen su comparsa de iguales todos, iguales en esta desgracia. En mi país diríase que están aplicando eso de: «di puta antes de que te lo digan», pero eso es lo menos importante.

Las justificaciones cada vez son menos creíbles y repetitivas, pero las soluciones son inefectivas. El discurso tiende a aburrir y la mesa, una vez más, está vacía. Y como el país se deshace, sumándose a la debacle cubana sin estar invitados oficialmente, cosas pasan. O quizás, es mejor decir: «o se suma o se enfrenta».

Aquí dejo esta forma optimista de ver el problema, porque quizás muy pronto estos inoperantes tengan que sacar algún provecho de su lealtad a los Castros. Puede que alguno de ellos termine en la Habana detrás de un escritorio, llorando la grandeza que ostentaron una vez y que perdieron por su incompetencia arrogante y su locuaz estupidez.