Este
es el enlace
al artículo del Profesor José Antonio Llosa, de la Universidad de Oviedo, y a
continuación una opinión.
La Meritocracia nunca será cuestionable
De
acuerdo a la cadena de diatribas dicotómicas que he leído en este artículo en contra de la Meritocracia, como camino natural para alcanzar el desarrollo social y
personal, me siento impulsado a dejar una opinión contradictoria y, si fuera el
caso y el señor José Antonio Llosa pudiera soportarlo, ser aceptado en esta
discusión.
No
voy a comunicarme usando denominado «lenguaje inclusivo». Es decir, no voy a
estar aclarando constantemente que uno se refiere a chicos y chicas, y tal vez
chiques, puesto que considero dichas prácticas de mal gusto, aburridas y
ridículas. Baste aclarar, que chicos para mi es universal y sirve para todos
los géneros que se pretendan «incluir», a la hora de respetar un estilo
literario, uno que sea universal simple y entendible.
Ante
todo, critico la intención de hablar en términos de Calificaciones y Currículos
Vitae como cláusulas absolutas para conseguir estabilidad social, porque la meritocracia
no está relacionada al cien porciento con estos factores. Tener méritos para algo, para alcanzar una
meta, no necesariamente pasa por las calificaciones, sobre todo cuando tenemos
en cuenta los actuales programas curriculares establecidos en el sistema de
educación.
Voy
a desviarme un poco del tema en cuestión y prometo retomarlo más adelante.
Hemos llegado a un nivel en que incluso la meritocracia para acceder a la educación superior es muy cuestionable. Los chicos llegan a la universidad con una preparación básica muy precaria. Las asignaturas como Matemáticas, Química, Biología y Física (esta última casi extinta), que son la base de todo el conocimiento científico moderno, son cada vez más abreviadas. Al punto que se van creando más espacios para asignaturas que se consideran adoctrinantes, como religión, ética, ideologías de genero, educación sexual, y según mi opinión, estos temas nunca debieron salirse de las competencias domésticas. Si pensamos en términos de la nueva Ingeniería Social, donde el Estado se ha atribuido el derecho de moldear el pensamiento juvenil, con intenciones innegablemente políticas, es imposible no hacer un paralelismo con esta falta de calidad en la enseñanza.
Hemos llegado a un nivel en que incluso la meritocracia para acceder a la educación superior es muy cuestionable. Los chicos llegan a la universidad con una preparación básica muy precaria. Las asignaturas como Matemáticas, Química, Biología y Física (esta última casi extinta), que son la base de todo el conocimiento científico moderno, son cada vez más abreviadas. Al punto que se van creando más espacios para asignaturas que se consideran adoctrinantes, como religión, ética, ideologías de genero, educación sexual, y según mi opinión, estos temas nunca debieron salirse de las competencias domésticas. Si pensamos en términos de la nueva Ingeniería Social, donde el Estado se ha atribuido el derecho de moldear el pensamiento juvenil, con intenciones innegablemente políticas, es imposible no hacer un paralelismo con esta falta de calidad en la enseñanza.
Desde
mediados de los ochenta del siglo pasado, los gobiernos se fueron dando cuenta
que para obtener ciudadanos calificados no era necesario que lo estuvieran
tanto. ¿Qué quiero decir con esto? Es simple. ¿Si estudiabas Medicina, ¿para que
necesitarías lo que aun se conoce en términos académicos, - y tiende a
extinguirse como concepto -, como los tres niveles de Cálculo? Con el primer
nivel sería suficiente, y además se ahorraría dinero por cada profesional
formado. Está demás decir, y estoy seguro que al señor Llosa le costará
negar que las Matemáticas, más que
herramientas científicas, moldean nuestro cerebro, a tal punto de que nos enseñan
a pensar con una marcada independencia.
La
justificación más usada para explicar que los estudiantes universitarios
modernos que no estén obligados a recibir el beneficio de determinadas asignaturas,
es muy interesante. «El cúmulo de información acumulada es cada vez más amplio, y por
ello se hace imposible inyectar al estudiante todos estos conocimientos, ahora excluidos,
y que en otras épocas fueron parte integral de la formación general
universitaria». Sin embargo, a pesar de que es cierto que el cúmulo de conocimientos
para cada carrera se ha enriquecido, un estudiante – por ejemplo - de ciencias
biológicas, puede obtener puntos para terminar su carrera con algo tan
esnobista e inútil como «el papel del Ying y el Yang para la vida». Otra vez se
nota lo caricaturesco de este sistema, sobre todo si ya no son obligatorias (en el caso de las Ciencias Biológicas) asignaturas como Cálculo Diferencial, Estadísticas Avanzadas, o vayamos a lo más
simple y evidente para la especialidad, Inmunología, Fisiología Animal, Botánica, etc.
De
esta manera, ese pretendido super-profesional del que estamos hablando, no es
más que una versión barata y rápida para cubrir una demanda en el mercado
laboral, el que ahora puede darse el lujo de ser más exigente. Y aquí entramos
en una nueva paradoja del sistema educacional, acercándonos cada vez al ataque
de la meritocracia.
La
masificación en la producción de los profesionales de los mal llamados niveles
medios y superiores, es un absurdo que engendra para si mismo su
autodestrucción. Para explicar este tema con ejemplos claros, revelo lo
siguiente. En los Estados Unidos, para mi sorpresa, la carrera más demandada es
Business Administration. En la Florida International
University y la Pennsylvania
University, el año pasado se graduaron cuatro futuros
ejecutivos de Business Administration
por cada estudiante de enfermería, o por cada estudiante de Bilogía o por cada
dos estudiantes de las cinco carreras informáticas que se imparten en estas
instituciones. Si trasladamos esto a la práctica dentro de un mercado laboral
real, notamos una incoherencia de acuerdo a la estructura de cualquier empresa,
donde los directivos no representan más del uno al dos porciento de todo el personal
laboral. Las universidades complacen cualquier capricho, cuando el Estado
promueve una educación superior masiva. Las capacidades de las Universidades se
amplían excesivamente, y terminamos formando más huelguistas inmersos en los derechos de los estudiantes, que profesionales
actos para el trabajo. Si a este fenómeno le agregamos que lo que los chicos
esperan de una universidad es un mundo surreal, a imagen y semejanza de American Pie, la decepción ya la podemos
ir imaginando.
Un de mis estudiante llegó a decir una vez que «no entendía porque había que
estudiar tanto en la universidad, pues se suponía que el estrés debería ser
cosa del pasado». No voy a plasmar la respuesta que recibió porque no es mi
propósito herir sensibilidades, pero si aclaro que le fue recordado que el estrés
apenas acababa de empezar. Sin amor a los estudios, sin pasión por
lo que se ha de conocer, solo obtendremos graduados para el ganado.
Las
motivaciones por la que hoy un joven decide obtener unos estudios superiores,
en orden de importancia son las siguientes:
a) Acceder
a mejores remuneraciones, lo que debería representar un mejor estatus social.
b) Obtener
un reconocimiento social a través de estas calificaciones superiores.
c) Amor
y deseos de superación en alguna rama de los estudios universitarios.
Una
vez terminados los estudios, lo que diferencia a los profesionales más
cotizados de los corrientes, es que donde para los segundos antes que nada primó
la motivación (a), mientras para los primeros siempre fue la (c). Lo he visto,
lo he observado; esa es mi experiencia. Si a esto le sumamos que la industria
está cada vez más automatizada y que en consecuencia la fuerza laboral calificada
y no calificada se hace más barata, no hay mucho espacio donde maniobrar en el
mercado laboral y el asunto de la meritocracia, - no es que sea injusta -, se pueda hacer más
exigente.
¿Entonces
que es lo que falla?
Definitivamente
no es la meritocracia, porque es en si un sistema justo que premia el talento y
las capacidades, aunque sorprendentemente hay otros elementos incidentes que el
profesor Llosa ha pasado por alto.
A
las personas como yo, que estudiaron con hambre, que famélicos íbamos a las
universidades, que devorábamos libros hasta altas horas de la noche, todo esto
sin opciones recreacionales, con los zapatos rotos, mal vestidos con huecos en
las medias y los calzoncillos, no nos pueden venir a convencer con términos
como «grupos de exclusión social», «neoliberalismo» o «clima de desigualdad».
No existe ha ni existido jamás exclusión social más haya de lo que estamos
dispuestos a permitir como seres pensantes, mucho menos «neoliberalismo», tal
vez liberalismo a secas,, y así sonará más lógico y menos politizado, pero lo
que no ha existido ni existirá es la «igualdad», por supuesto, a no ser respecto
a los derechos y los deberes. Esto último
no estuvo presente en ninguna etapa de las civilizaciones que nos condujeron
hasta aquí, desde el esclavismo hasta la modernidad, pasando también por los
fallidos experimentos socialistas-comunistas de la contemporaneidad. No ha
existido ni existirá simplemente, escuche esto bien, porque no somos iguales, exactamente
porque es la meritocracia lo único que puede impulsar a la sociedad hacia
delante, y decanta con más o menos eficacia, el éxito de los seres humanos dentro
de esta. No es el código postal, tampoco es el CV que puede lucir muy admirable
en la red, con retoques exquisitos y fotos impecables, lo que importa es lo que
se demuestra en la práctica.
¿Cuales
son esos otros elementos incidentes que condenan el éxito de los jóvenes profesionales?
Prefiero enumerarlos aunque esto pueda sonar más académico que literario.
1- La
producción de más profesionales calificados de los que realmente requiere la
economía de una nación.
Al
ser más, se devalúan a si mismos, puesto que el mercado para ciertos trabajos
se convierte en menos accesible. - La fuerza laboral se comporta como un
producto cualquiera – y esto es así y será, en cualquier sociedad, de las que
han existido y las que nos queden por soñar.
2- La
falta de exigencia de méritos para acceder a esa educación superior.
Esto
no repercute solamente en la calidad de los graduados en su conjunto, sino en
el colapso de la calidad de la enseñanza en muchas instituciones educacionales.
No han sido pocas las veces en que he mirado sobre la montura de mis espejuelos,
a toda una población de cincuenta estudiantes y he pensado que con solo veinte
de ellos mi conferencia tendría más calidad, más participación y mejores
resultados.
3- Le
podemos sumar el gran tema tabú, que no es ni más ni menos que la explosión
demográfica que estamos experimentando.
Paradójicamente,
cada vez somos más y cada vez somos menos necesarios. ¿O me van a contradecir
esta sentencia? Lo advierto, no hay
manera.
4- La
falta de penalización a la automatización.
Pues
si cada vez somos más y menos necesarios, se impone que la automatización sea
gravada con impuestos razonables, dado que genera una disminución de puestos
laborales (esto es gravable de manera independiente), más ganancias (también
gravable), y una suficiencia productiva capaz de subsidiar esos puestos de
trabajo que ya no serán necesarios. La manera de hacerlo supondría más un reto
político que técnico, pero las tendencias nos dicen que será inevitable.
Para
ir concluyendo. Es injusto atacar a la meritocracia sin tener en cuenta las
nuevas necesidades laborales, el aumento de la población, la infinita
revolución tecnológica, la expansión de la automatización en la industria, la
masificación innecesaria de la educación superior, la falta de calidad
preparatoria antes de alcanzar estos niveles y la idiotez que representa el
victimizar al que menos éxito obtiene, y esto echándole la culpa a un código
postal. Cuando ya se pensaba que las doctrinas de las clases sociales agonizaban
en la vergüenza de la incompetencia, hay otros que se esmeran en resucitarlas.
Pues
no lo duden, si no se toman medidas racionales, en un futuro muy próximo, nos
daremos codazos hasta para recoger patatas, pero aun así, no lo duden, todo se
hará a través del proceso que nos imponga la muy natural meritocracia.