Foto falsa que se anticipó a la muerte de Hugo Chavez, difundida a travez de Twitter |
Hace poco más de dos años pudimos
ver las muestras de dolor, cuasi histéricas, del pueblo de Corea del Norte
inmediatamente después de ser anunciada la muerte de su líder Kim Jong-il. En aquella ocasión el mundo se sorprendió una vez más, hombres y
mujeres emitían sus llantos, cual gemidos teatrales de corte asiático, o eso nos
parecían. El llanto era disciplinado y efusivo, transcendiendo el incienso que sobrevolaba la península coreana, más
arriba del paralelo 38.
Ahora, nuevamente el llanto, esta
vez reconocible por mi, o por mi legado cultural, no tan disciplinado ni
organizado, pero siempre el mismo, el fanatismo absoluto al líder. Sí, Chávez
era muy querido por una fracción muy significativa de su pueblo, que veía en él, el mesías que acabaría con los ricos, con la oligarquía como él mismo prefería
llamarles.
En tanto, iba surgiendo una nueva
clase con poder, que aparentemente representaba al pueblo, pero que casualmente
tenía los mismos gustos occidentales que esa otra que poco a poco iba suplantándose.
No podemos olvidar que se trata de
un país con uno de los recursos más apreciados de nuestra era, el petrolero.
Ese recurso, nacionalizado y administrado por su gobierno le permitió
maniobrar, siempre de manera muy generosa, en los países de su entorno
latinoamericano. Unas veces para favorecer a sus aliados y otras para atacar a los
enemigos que él elegía como tales.
Hombre de lenguaje vulgar, que
recordaba con toda intención su poca cultura y carencias académicas, pero que
sabía bien como usar su talento vociferador. Con esa idoneidad lograba atraer al
público mayoritario de Venezuela, que
llevaba sufriendo durante décadas, bajo las palabras ilustres de otros
gobernantes instruidos, el defalco. Así
fue como Venezuela entró en el siclo de las revoluciones de izquierdas,
caracterizadas siempre por la perpetuidad y la putrefacción de sus dirigentes
en el poder. ¿Cuánto tiempo hubiera gobernado Chávez si ese “cáncer imperialista” no le
hubiera atacado? No lo sabremos, pero todo apunta a que sería tan longevo en su poder como lo fue
su maestro, sus propias palabras cuando
se refiere a su Comandante, Fidel Castro.
Pero la pregunta que ahora interesa
es otra. ¿Qué va a pasar con Venezuela? ¿Habrán elecciones? Es probable que si.
Siempre que la Habana se vuelva a sentir segura, las habrá. Es obvio que la
capital cubana tiene una influencia profunda sobre Caracas y de acuerdo a esta
misma proyección, Venezuela ha estado navegando con entusiasmo por la política
de su región.
Chávez era un auténtico fanfarrón
antiimperialista, pidiendo a gritos el reconocimiento de ser el objetivo
malévolo de un país poderoso, al que el mundo ha odiado siempre de acuerdo a la
moda progre. Su problema era otro, el del protagonismo, el de no tener que
compartir el escenario. El gran líder exigía sin ocultarlo todas las cámaras
frente a él, y mostrando al mundo la mejor de sus caras. De ahí, que cuanto más lo ignoraba el enemigo, más se exaltaba, más se remordía. Los Estados Unidos no le hacían el caso
suficiente, al menos tanto como él hubiera deseado. Mientras Venezuela
cumpliera sus acuerdos económicos, bueno para el Imperio y bueno para la
República Bolivariana, y esa era la realidad que no podía aceptar.
Herido y despechado por su la
intrascendencia en las preocupaciones de occidente, insistió en su
insolencia hasta que el plató fue solo para él. Es de suponer que su maestro, enamorado del
discípulo, hizo una buena parte del trabajo.
Hugo Chávez financió campañas en
Argentina y en Bolivia, y hasta la fecha ha procurado que las calles de La
Habana se mantengan más o menos iluminadas.
Nadie duda la importancia que tiene su actuación dentro América Latina y
la influencia que ha suscitado dentro de la izquierda más rancia de Europa, pero
esto también ha tenido un precio muy alto para Venezuela.
La decadencia económica del país
hoy es más palpable. Supermercados desabastecidos, alto precio del
combustible, además de ser el país más corrupto del hemisferio, después de Haití según el informe del 2011 de Transparencia Internacional, y una inseguridad ciudadana
sin precedentes históricos. Ese es el país que deja Chávez, pero por si fuera
poco se trata de un país dividido.
El pueblo venezolano no va en su
conjunto hacia una misma dirección. Los preceptos para la recuperación
económica están totalmente encontrados y se disputan abiertamente el derecho o
no a la prevalencia de la propiedad privada. Chávez era ese individuo barriobajero
que intervenía viviendas y locales y las repartía a dedo, mientras Televisa o el
Canal Sur daban a conocer el espectáculo. Allí estaba Chávez, siempre vulgar,
pero elocuente, autócrata, pero de pueblo, allí estaba para adueñarse de los
escenarios.
La suerte de Venezuela es
incierta, pero es evidente que la muerte del mandatario, además del mito que se
auto-procura, también dará una nueva oportunidad de rectificar sus errores. No
es posible vaticinar el futuro con tantas divisiones y tendencias diferentes.
Soy pesimista, pero a pesar de ello tengo una leve esperanza de que su muerte de al
traste con un nuevo amanecer para los venezolanos.