Foto tomada de Univisión |
Recientemente, un
comentarista de Univisión (una de las cadenas de televisión hispana de los
Estados Unidos) fue cesado de su cargo por comentarios racistas acerca de Michelle Obama, la esposa del Presidente. Este señor se atrevió a comparar
físicamente a esta mujer, que en mi opinión es bonita, con uno de los
personajes simio-humanoides de la película “El planeta de los Simios.
Antes de continuar creo
que debería decirles algo. La pantalla del televisor de mi casa permanece en silencio
y oscura el 99 porciento del que podría estar funcionando. Si a ello le sumamos
que la emisión de un programa de farándula es razón obligada, y de acción
automática en mi cabeza, para cambiar de canal, comprenderían lo poco que me
simpatiza este tipo de pasatiempo. Es decir, si un gran porciento de la
población de nuestro planeta fuera tan antipática como yo, esta forma de
periodismo mediocre no existiría. Sin embargo, acepto la importancia de la
variedad en las diferentes formas de entretenimiento y lo
tolero como un mal al que hay que resignarse.
Foto tomada de Univisión |
- Publicidad a las personas famosas afroamericanas en el papel para las bandejas de McDonald, con alarde racial incluido.
- Conocí un Harlem en donde los negros daban discursos en plena calle demonizando a los blancos de hoy y te miraban amenazantes cuando paseabas por sus aceras.
- Supe que los afroamericanos tenían como norma dar mal la dirección a los blancos.
- Vi pastores negros dar arengas religiosas en contra de los blancos.
- Vi a funcionarlos negros, que son la mayoría, tratar con mucho amor a sus hermanos raciales y tratar mal a los blancos.
Todo esto no solo lo
vi, sino que lo experimenté en carne propia. Después de tantos años de aquel
memorable discurso de Martín Luther King, en donde contaba su sueño de igualdad
entre los hombres (“hombre” no se refiere al sexo), una mayoría de la población
negra tenía reservada para mi la pesadilla ignominiosa de la clasificación
racial.
Lo interesante del
fenómeno es que los blancos bajaban la cabeza, como si llevaran una especie de
culpa sobre las espaldas. Primero pensé que todo ocurría según mi experiencia,
pero cuando empecé a indagar comprendí que era mucho más que eso, era la
generalidad. Me enteré del programa de la Discriminación Afirmativa, de las
cuotas en los trabajos del gobierno para afroamericanos y de ciertos detalles
que ya se me hacían absurdos.
Aunque les parezca extraño,
era más fácil debatir el tema con los afroamericanos que con los
angloamericanos. Estos últimos reaccionaban con tanto prejuicio y fanatismo que
parecían pertenecer a un partido invisible, en donde ser tolerantes con el
racismo de los afroamericanos era el primer inciso de sus estatutos. La moda
era ser afroamericanista, aunque estos últimos gritaran en público su deseo de
colocar en el cuello, a todos los blancos, una argolla unida a una cadena que
terminara en una bola de hierro.
En ese tiempo descubrí
que existían programas televisivos para una teleaudiencia general y otros
exclusivamente para negros. En las comedias para negros siempre existía un
blanco(a) que era tonto o muy tonto; el blanco
de la burla de la idiotez. Esto era una clara emulación con aquellas comedias y películas, de más o menos antes de
1960, donde era muy fácil encontrar ese tipo de personaje, pero en la versión
de raza negra.
En fin, que me enteré,
para mi asombro y tristeza, que nada había cambiado. Que los seres humanos, dependiendo
de la situación en que se encuentran, sacan todo lo negativo que llevan dentro
para hacer de la historia, esa que ya no les pertenece, un rencor con el cual
vivir. Parecían no entender que sentir orgullo de ser negro también era
negativo. Una vez pregunté, solo para ver la reacción: ¿Que le pasaría a un
blanco que se parase en plena calle y
expresará su orgullo de ser blanco? y la respuesta no era menos increíble. “Eso
si que no se puede hacer, porque vas preso por hacer apología racista”.