Sabemos de antemano que
si aceptamos nuestra propia naturaleza humana, es imposible pensar en la
sociedad perfecta. El homo-sapiens sapiens no es una especie cualquiera. Al
poseer una capacidad elevada de razonamiento, tenemos que admitir que eso nos
lleva a convivir con sentimientos elaborados producto de esa forma encumbrada
del pensamiento humano; los sentimientos complejos. Amor, odio, envidia, tristeza, decepción, coraje, alegría, admiración, miedo,
deseo, valor, egoísmo, ira, fe, rencor, fidelidad, locura, venganza, lástima,
temor, esperanza, crueldad, soberbia, pasión, compasión, optimismo, ternura,
soledad, angustia, duda, euforia, culpa, entre otros.
Estos sentimientos
jugaron y juegan un rol preponderante en el desarrollo intelectual, político y
económico de todas las sociedades. Si hiciéramos un gradiente imaginario que se
desplazara desde los sentimientos más positivos a los más negativos,
comprobaríamos que es imposible deshacerse de ninguno de ellos. Muchos de estos
son la antítesis de otros, de manera que al refutar estariamos negando otros.
La mayoría de los sociólogos llegan a plantear que el amor es un sentimiento
egoísta porque genera autobienestar. Así se reconoce el amor como un
sentimiento que busca una satisfacción personal, la felicidad de otros en
nuestro propio beneficio. Desenlazar los sentimientos es una tarea tan ardua y
absurda que podría ser comparada con la intención de determinar que ciertas especies
están mas adaptadas que otras, sobre todo sabiendo que todas han llegado hasta
nuestros días. De lo que no hay dudas es que los sentimientos determinan las
conductas a seguir por nuestra especie y he ahí el punto a donde pretendemos
llegar en esta primera etapa de la exposición de nuestro trabajo.
Pongamos un ejemplo que
involucre sentimientos compartibles por grupos de individuos en una sociedad.
Es obvio que los ejemplos conforman una lista muy larga, pero hemos preferido
seleccionar el nacionalismo.
El nacionalismo es un
sentimiento arraigado en poblaciones que se autodiferecian de otras, ya sea por
razones históricas, étnicas, políticas, lingüísticas, económicas, etc.,
llegando a ser el producto de la combinación de todas. El nacionalismo es
identificativo, en el sentido en que crea en el individuo una identidad de
pertenencia a una región. Esta identidad está sostenida por razones diferenciadoras,
ya sea en el aspecto cultural o regional, y pretende otorgar una especie de
orgullo diferenciador, que la mayoría de las veces exhorta y sugiere algún grado de
superioridad sobre los demás. El nacionalismo es en si mismo excluyente, porque
le concede, casi consiente, una identidad a unos en tanto excluye a otros.
Partiendo de este
dilema sentimental que es el nacionalismo, se han desarrollado a lo largo de la
historia de nuestro planeta, acontecimientos que han determinado la actualidad en
que vivimos. Es muy conocido el Nacionalismo Alemán, que alcanzó su clímax
histórico en la época del nacismo hitleriano. Este llevó a los mismos alemanes
a una guerra destructora en ambas direcciones. Se hizo creer al pueblo alemán,
aprovechando muy bien este sentimiento nacionalista, cuan especiales y
superiores eran. Basados en este concepto elemental, se reforzó la idea con
ideologías que pretendieron respaldarse con argumentos pseudo-científicos. Se
llegaron a establecer patrones para determinar la pureza de una raza, que
técnicamente estaría destinada a gobernar al mundo. La propaganda jugo un rol
muy importante en reforzar esta forma de pensamiento, pero lo que sostuvo la
idea primigeniamente fue un sentimiento ancestral, cultivado a través del
tiempo, generación tras generación, el nacionalismo.
Este es un ejemplo
concreto de cómo los sentimientos determinan el curso de la historia. La
pregunta que se impone entonces es: ¿Cómo los sentimientos individuales
influyen en este contexto?
Las respuesta no puede
ser simple dada su propia complejidad, pero nos adelantamos en decir que una
tendencia del pensamiento a través de los sentimientos es, sin duda, la suma de
estos sentimientos individuales cuando confluyen.
En marketing se suele
monitorear a los consumidores a través de sus sentimientos. La vanidad del
individuo es la diana a donde apuntan los publicistas y raras veces fallan. Una
frase como “tu vecina se morirá de envidia”,
puede hacer la diferencia entre ventas pobres y millonarias. Los especialistas
que estudian el compartimento de la sociedad son tomados muy en serio por
publicistas, agencias de consejería política, evaluadores de mercado,
instituciones financieras y un sin fin de organizaciones que pretenden conocernos antes que nosotros mismos. Muchas agencias encuestadoras tienen esa
misión, la de conocernos mejor, de saber al detalle cuales son nuestras
necesidades, nuestras aspiraciones y sobre todo nuestras posibilidades. Somos
monitoreados desde los conceptos de moda implantados en nuestro cerebro,
llegando incluso a modelar nuestros gustos por los alimentos. Terminamos usando
palabras que se ponen de moda y vamos mutilando la riqueza de nuestras lenguas.
En este punto, es muy acertado plantear que nos conocen mejor que nadie, y todo esto es gracias a nuestros sentimientos.
También está el hecho
de que los sentimientos son inculcables. El odio
al enemigo suele ser uno de estos ejemplos de inculcación colectiva. Sobran los
ejemplos en donde pueblos enteros han apoyado guerras de las que después han
demostrado arrepentimiento. Solo basta publicitar las acciones negativas de
aquellos que elegimos como enemigos, para lograr una respuesta colectiva que
les repudie, y así dar el primer paso a una agresión. Normalmente las
acciones negativas que se publicitan corresponden a sectores aislados de una
población, pero a los efectos publicitarios identifican a un colectivo mayor
que es al final el que sufre las consecuencias. Las guerras regresan a nuestros
escenarios a través de una gran variedad de sentimientos, el odio,
el miedo, el fanatismo,
la euforia, la prepotencia, la venganza,
la ira, el amor…
Aun nos queda por
aclarar como los sentimientos nos llevaron a estas posiciones civilizadas de la
actualidad y del mundo moderno. Pensemos en nuestros primeros homínidos. Ese
ser primitivo que intentaba una convivencia dentro de un colectivo social y que
al margen de cualquier idea también experimentaba sentimientos. Se supone que
este homínido era un ser frio y pragmático. Sus emociones le acompañaban
durante su vida, pero jugaban un papel secundario, puesto que sus prioridades
eran las de sobrevivir a los inviernos, a las hambrunas, a las enfermedades y a
la competencia de otros colectivos humanos. El miedo debió haber sido una
constate en sus días más difíciles. En este ser cubierto de pieles y de andar cuidadozo, predominaban los
instintos sexuales sobre esos sentimientos elaborados y que conocemos hoy del
amor entre las parejas.
La envidia pudo haber
actuado como elemento regulador en las aportaciones al colectivo. Aquellos
individuos que contribuían menos, debieron sufrir la crítica y el repudio de
los que aportaban mayor beneficio social. No era una vida fácil, y mas allá de
la idea romántica de vivir saludablemente de lo que les aportaba la naturaleza,
la realidad es la que nos revelan los restos arqueológicos, y es que morían muy
jóvenes. De manera que si se quería llegar a la edad adulta, había que madurar muy rápido y vivir con mucha
intensidad. Dicho de otra forma, no había
demasiado tiempo para los sentimientos, ellos estaban allí, pero se fueron
desarrollando a la par del intelecto, que en aquella época sentaba sus bases.
Los sentimientos
impulsaron al hombre a conquistar otras tierras en su deseo de crecer y dar una
mejor vida al clan. Le dieron el valor necesario para enfrentarse a animales
que podían arrebatarle la vida, con tal de garantizar la alimentación de los
suyos. Los sentimientos ayudaron a regular el comportamiento dentro del grupo social,
fomentando actitudes que favorecieran la convivencia.
La fuerza, y el
conocimiento que se iba acumulando, eran importantes en este avance hacia el
futuro, pero sin duda todo estaba apuntalado con sentimientos. Estos
contribuían con un impulso extra hacia delante y en la medida en que el hombre crecía, se proveía de lo que más lo diferenciaba del mundo animal, su capacidad de razonar
y de sentir.
Uy. Yo siempre leo y no escribo nada, pero es que me ha gustado mucho. Queria lo supieras. Muchos besos guapo.
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