Mi querida amiga Elenita me ha pedido que publique esto y que
de autorización para que sea republicado por cualquiera si así lo deseara. No vamos
a escribir eso de: “la opinión que aquí se refleja es únicamente la del autor”. Elena,
tenemos la misma opinión y estamos contigo.
Me pides que no odie, pero por lo visto
no te importo, o no te importamos, porque no sabes nada de mi odio.
En enero de 1959 yo no había nacido. Hay
siete años de mi vida en que la Revolución corría y yo no estaba en el mundo,
pero en ese tiempo sucedieron cosas que me duelen hoy y que tienen que ver directamente
conmigo.
Mi tío Emilio Sarmiento Lorca
A mi tío Emilio, que era homosexual, se
lo llevaron obligado a trabajar como esclavo a un campo de concentración en el
que se leía a la entrada «El trabajo te hará hombre». Mi abuela y mi madre, que
aun no se había casado y que tenía solo 17 años, fueron a visitarlo en cuanto
se enteraron donde estaba. Cuando lo vieron flaco, comido por los jejenes y los
mosquitos se pusieron a llorar de rodillas en la tierra y él les dijo
suplicando.
-
No
lloren, que cuando ustedes se vayan me castigan a mi.
El nunca salió de ese lugar. Uno de sus
amigos sobrevivientes le contó a mi familia como murió. Estaba trabajando
cortando caña y fue a beber agua. Uno de los militares que vigilaban le dijo
que no podía, que el ya había bebido hacía un rato y que tenía que esperar dos
horas más. El tiró la mocha al suelo y dijo que si no tomaba agua no cortaba
más. Otro de los guardias, sin mediar palabra, le arremetió con la culata de un
fusil, que no recuerdo el nombre, pero si se que era un arma checa. Cayó sin conocimiento
en el suelo y se lo llevaron a la enfermería. No lo curaron. Allí los
revolucionarios superhombres (el hombre nuevo), lo violaron repetidas veces. En
la noche lo metieron en una celda que llamaban «la caja» porque quien entraba
ahí no podía moverse. Con las pocas fuerzas que le quedaban pedía agua. Un
guardia le llevó agua y cuando un tal Teniente Zaldívar lo descubrió, le dijo a
este otro infeliz, que si le daba otra vez agua a Emiliana, al día siguiente él
iba a estar en el grupo de los maricones también. Una oferta que rechazó de
inmediato. En la mañana, lo sacaron y le ofrecieron de beber en una lata, orine
de todos los guardias. –Dale, bébete eso maricón. Demuestra que tienes sed de
verdad -. El tiró la lata y no bebió. Entre varios guardias lo cocieron a
patadas y alguna de ellas debió ser la que le quitó la vida. Así murió un
joven de dieciséis años, cuyo único delito era vestir un poco raro y no caminar
derecho.
Mi
abuelo paterno, Julián
Me contó mi padre que cuando el abuelo,
Julián Pardo García, vivía, era el hombre más bonachón del mundo. Tenía tres
empleados en la tintorería que parecían más sus jefes que sus empleados. Algunos
como Herminio le daba hasta órdenes. «Don Julián, hace falta que mueva esas
cajas para el patio que así no se puede trabajar», e iba el bueno de mi abuelo
y las movía. Uno de sus empleados, Ramón Ledesma Jorrán desapareció en el
verano de 1957, para bajar de la Sierra junto a los barbudos. Al poco tiempo se
apareció en la lavandería para decirle a mi abuelo que esa ya no era su
lavandería y que el gobierno nombraría a un administrador. El había trabajado
toda la vida en otra lavandería, aprendiendo el oficio y ahorrando para tener
la suya. Con muchos sacrificios logró su objetivo. Sin embargo, aquel día le arrebataron el esfuerzo de toda su vida.
No pudo soportarlo. En la noche le
sobrevino un dolor en el pecho que no dio tiempo para nada. Herminio, estaba en
el velorio y solo se le oía decir: Ay Ramón, que un rayo te parta en dos, so
desgraciado. A Ramón no le partió un rayo, pero le fue peor. Cayó en desgracia
y lo tronaron. Se metió a la bebida y andaba como un andrajo por las calles de
Centro Habana. Mi abuela paterna, a veces le daba ropas viejas de mi abuelo y
un pan con algo. Un día el muy imbécil le preguntó porque lo ayudaba. Ella
respondió:
-
No
te ayudo, alargo tu calvario. Quiero que vivas mucho tiempo en la mierda que ayudaste
a construir.
Una semana después de esta conversación,
lo encontraron ahorcado en su apartamentico de Centro Habana, a dos cuadras de
mi casa
Mi
abuela paterna, Luisa
Mi abuela Luisa sobrevivió a la muerte
de mi abuelo, pero nunca perdonó la injusticia que la Revolución había cometido
con ella y su marido. Mi padre la visitaba casi a diario y hasta vivimos un
tiempo con ella para que no estuviera sola. Por suerte, una prima que vino a
estudiar a la Habana terminó haciéndole compañía y así pudimos regresar a la
otra casa que era más grande y cabíamos mejor.
Mis
abuelos maternos
Ellos quedaron marcados para siempre. Mi
abuela celebraba cada cumpleaños de mi tío como si él estuviera vivo y mi
abuelo se encerraba en el cuarto. Yo pienso que lloraba, pero nunca lo supe. Mi
madre trataba de cubrir aquel vacío, pero era muy difícil. Cuando nació mi hermanito
quiso ponerle el nombre de mi tío, pero mis abuelos se opusieron.
-
No
marques a nuestro nieto. Hay un solo Emilito y espero que nunca lo niegues.
Mi madre cumplió. Nos hablaba de su
hermano y de lo bien que tocaba el violín. Mi hermano finalmente se llamó
Julián, como mi abuelo paterno.
Yo
Cuando cumplí seis años me hicieron
pionerita. Llegué a la casa con una pañoleta y cuando mi madre la vio, lo
primero que me dijo:
-
¡Niña,
quítate eso, que en esta casa nadie quiere saber de los inventos de esa gente!
Yo no entendía, pero al siguiente día,
suponiendo que no debía llevar pañoleta, no la llevé. La maestra me sacó del
aula por la oreja y me llevó a la Dirección. Me sometí a un interrogatorio
larguísimo.
-
¿Quién
te dijo que no trajeras la pañoleta?
-
¿Tu
familia es testigo de Jehová?
-
¿Te
regañaron ayer por llevar una pañoleta?
Estas preguntas la repetían y repetían,
y yo lloraba. Cuando mi madre fue a recogerme, yo estaba en la Dirección, pero ya
había sido paseada por toda la escuela como si fuera una criminal. Ella no dijo
nada. Me cogió de la mano y me sacó de allí.
Ese día en la tarde, mi madre y mi padre
tuvieron una discusión muy fuerte, pero mi abuela me hablaba sin hacer pausas para
que yo no pudiera escuchar nada. A la mañana siguiente, mi padre me vistió para
la escuela y me puso la pañoleta. Me dio un beso en la frente y me dijo: -
¡Elenita, que linda te queda esa pañoleta! -.
Yo no era tonta. Sabía que todos me
protegían por encima de todos sus sentimientos. Al punto, que mientras fui
niña, delante de mi no se hablaba de la Revolución, ni positivo ni negativo.
Mi
hermano Julián
Mi hermano Julián, que era dos años
menor que yo, también tuvo problemas. No era homosexual, pero era algo peor. De
niño se lo cuestionaba todo y ya en la secundaria comenzó a hacer preguntas
difíciles de responder para una profesora de Marxismo. Cuando llegó a la
Universidad, se negó a participar en actividades políticas y muy pronto se ganó
enemigos entre los chivatos de la Seguridad del Estado, los que vivían para
vigilarlo. Pero el era muy inteligente y los confundía. En cuarto año, pasó lo
que siempre temí. Lo sorprendieron en el baño escribiendo “Abajo la Tiranía”. Ese
mismo día lo expulsaron de la Universidad. «La Universidad es para los
revolucionarios», le gritaron mientras se alejaba, pero él tampoco era fácil.
-
Métanse
las dos por el culo -, gritó desde lejos.
Pero esta historia no terminó ahí. En la
noche lo fueron a buscar en dos carros militares y no supimos de él hasta
después de cuatro meses. Lo estuvieron torturando en Villa Marista. Mis padres
y yo íbamos casi a diario para preguntar por él, pero ellos decían que Julián no
estaba allí, que fuéramos a la policía.
Contó mi hermano, que querían saber si
él tenía contacto con personas del extranjero, porque para esta gente todos son
enemigos del Norte. No son capaces de imaginarse que la gente también puede
pensar. Pero, como me dice mi esposo hoy en día, «el que no piensa no puede
imaginarse que otros puedan hacerlo, y para colmo creen que ellos son los que piensan».
Como era de esperar, mi hermano se
volvió un disidente muy activo. Cuando se enteró que estaban planeando meterlo
preso, trató de huir en una balsa echa con cámaras infladas de tractor. Nunca
llegó a su destino. Mi hermano Julián yace en el cementerio más grande de
cubanos que existe; el estrecho de la Florida.
Nosotros
Mi esposo logró salir de Cuba por Italia
y después me reclamó. Nuestra vida no ha sido fácil. A él nunca lo dejaron
regresar a ver a su madre enferma, que por suerte murió en casa de mi madre, en
nuestra gran familia.
Y
ahora mi odio
No me preguntes porque odio, dejaré de
odiar el día en que se haga justicia en el país de nunca jamás.
Si crees que por no perdonar soy una
mala persona, te creo. Pero entonces no podrás evitar que te desee cosas
parecidas a las que me han sucedido a mi y a mi familia. Que persigan y que
asesinen a los tuyos, que le creen un dolor a tus seres queridos tan grande que
los haga vivir en un luto eterno. Entonces te preguntaré, que se siente al
odiar.
¿Quieres que pase por alto todo y que
queden libres los culpables? No será así. Yo crecí en el dolor y mis hijos lo
sabrán o ya lo saben, y los hijos de mis hijos. La ignominia de la Revolución
Cubana no debe ser olvidada jamás y estoy segura que hay miles de compatriotas
que piensan igual que yo.
Que no me pidan que no odie a los que me
han odiado, a mi, a mi familia y a mi pueblo cubano. No habrá borrón y cuenta nueva
si no hay justicia. Eso lo sabe bien Raúl Castro y sus descendientes. No hay
perdón, lo juro por mis muertos, por mis vivos y por los que faltan por nacer.
Espero, Sandra María Rojas Fernández, y compañía, que ahora si lo hayas entendido.
Elena Pardo Sarmiento.
(El texto ha sido copiado tal y como fue enviado por la autora, que es una excelente persona y una gran amiga)
(El texto ha sido copiado tal y como fue enviado por la autora, que es una excelente persona y una gran amiga)
Lloré y la acompaño en su odio.
ResponderEliminarQue hijo de putas son esa gente. Nada más puedo decir que lo siento Helena.
ResponderEliminarLas palabras que pueden acabar con la vida de un pedazo de imbecil. - No te ayudo, alargo tu calvario. Quiero que vivas mucho tiempo en la mierda que ayudaste a construir -
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