Tal
parece que los barbudos tenían pensado acabar con todas nuestras fiestas,
incluso esa que se celebra en todos los sistemas sociales, en todas las
culturas, en todas las religiones, en cada rincón de este planta.
Yo no
tuve la opción de constatarlo por mi mismo, porque cuando nací ya todo estaba
trastocado, readaptado y resuelto de acuerdo a la suficiencia socialista,
donde no habría un espacio para el pecado de las otras doctrinas. A pesar de
ello, tuve la oportunidad de leer en muchas revistas de la época pre-revolucionaria
y gracias a ello puedo afirmar con categoría geriátrica, que cada ciudad de
nuestra Isla tenía su propio día de celebración. En consonancia con los
villancicos, la Navidad era ineludible y se impregnaba desde los inicios de
Diciembre.
En la época colonial ya se celebraba la Noche Buena y el Año Nuevo. Hasta los esclavos disfrutaban de una paz colorida y ruidosa, y por decreto, puesto que estaba aprobado que las fiestas de esos días eran para todos, incluyendo negros e indiginas sobreviventes. En consecuencia, el amo bajaba de su limbo celestial a la terrenidad del batey, para mezclarse con sus posesiones. El respetable terminaba sintiéndose humano dentro toda su inhumanidad.
En la época colonial ya se celebraba la Noche Buena y el Año Nuevo. Hasta los esclavos disfrutaban de una paz colorida y ruidosa, y por decreto, puesto que estaba aprobado que las fiestas de esos días eran para todos, incluyendo negros e indiginas sobreviventes. En consecuencia, el amo bajaba de su limbo celestial a la terrenidad del batey, para mezclarse con sus posesiones. El respetable terminaba sintiéndose humano dentro toda su inhumanidad.
Ya en la república, celebrar la Navidad se había convertido en derecho
y entraba dentro de los cuatro días obligatorios de fiesta nacional, pero
además estaba la Semana Santa, la venida de los reyes, todo reforzado con una paga
extra en Diciembre de pura tradición española. Los niños iban de puerta en
puerta, preferiblemente puertas de ricos, para cantar una estrofa pequeña de
una canción navideña y si lo hacían bien, el ama llamaba a la señora de la casa
para constara por si misma sus talentos y los recompensara con el aguinaldo.
Sobre la existencia paga extra me enteré por primera vez siendo muy
niño, mucho antes de convertirme en devorador de cuantos libros me dejaran tocar. Ese día iba de la mano de mi tío Luis, solo doce años mayor que yo.
Cerca de la Dulcería “La Antigua Chiquita” tropezamos con un antiguo trabajador
de mi abuelo. - ¡Eh, tu eres el hijo de Don Luis! ¡Mira carajo, que grande
estás!-, dirigiéndose a mi tío. - Tu padre era un gran hombre, nunca se
atrasaba en un pago. Ja, y en los días de Reyes le regalaba juguetes a los
hijos de sus empleados... En navidad tu padre se aparecía con unas canastas
llenas de queso, chorizo, sidra, turrones y cosas muy ricas, y nos las regalaba... ¡No
te imaginas la cara de mi mujer cuando llegué por primera vez a mi casa con
todas aquellas cosas! Después nos acostumbramos y nos dedicábamos a comparar la
canasta que nos tocaba con la del año anterior. – El hombre seguía con
las adulaciones a su antiguo jefe, y si la cara de mi tío era la de un chico
asustado al que se le habían escapado las palabras, la mía era la del enano que se
escondía detrás de él. La babosería terminó en cuanto llegó a la parte en que
decía que su hijo Tomasito se partió el pie jugando a la pelota y que mi abuelo
no dudó en pagar los gasto del Hospital de Emergencia. La despedida fue tan rauda
como efusiva - ¡Ese gallego si era un buen hombre! -. La leyenda quedó grabada
en mi mente, no porque yo fuera testigo presencial de la narración, sino por las
veces que fue recontada en el transcurso de mi vida.
Al
llegar a la casa, mi tío le explicó a mi abuela lo que había sucedido y ella,
para mi sorpresa, montó en cólera. El señor que se dirigió a mi tío era uno de
los trabajadores que había participado en la intervención de las dependencias
de mi abuelo. Años después, este se largó de Cuba para poner su propio negocio
en el extranjero. Más tarde regresaría como todo un señor, aparentando no haber
trabajado en su vida para otra persona que no fuera el mismo.
La
Revolución que había llegado cambiándolo todo era lo normal para mi. No tenía
como contrastar el pasado salvo esos pequeños saltos en el tiempo que ocurrían
alguna vez a través de las narraciones de los adultos. El presente era tan
constante que parecía eterno y no corrían cambios salvo ese deterioro de la
pintura que descubres cuando vez la foto de tu casa cinco años después.
No
sería honesto dejar de reconocer que algunas cosas negativas si fueron
arrasadas por la Revolución, como la prostitución y el juego, pero años después
serían los males que renacerían desde una perspectiva turística y
tercermundista, mostrándose en sus facetas más miserables. Si antes los
revolucionarios defendían la integridad de sus mujeres y hombres, ahora
parecían estar dispuestos a subastarla en el mercado del sexo más barato. El
dinero del enemigo, tan despreciado y criticado en los primeros años de las sediciones
y alborotos populares, ahora se reclamaba a voces y sin disimulos.
Hemos
celebrado tantos Triunfos de la Revolución como años nuevos hemos pasado por
alto, pero aunque este detalle parezca obvio, no lo es tanto. Lo hicimos sin
darle una oportunidad a las cosas buenas del pasado, porque la Revolución era
tan renovadora que cambió los nombres de las calles, de los edificios, e
incluso el de los monumentos conmemorativos en clara intención de hacerlos parecer
suyos, dada su incapacidad de crear algo, al menos de engendrar algo hermoso y
propio. Se adueño de los hijos de sus padres y los convirtió en la generación
combativa, y sin pudor no dudaron en señalar a su familia con sus dedos
revolucionarios. Celebrando tantos triunfos, se perdía la cuenta de los años
que se gastaban en vano.
Las
grandes empresas serían para el pueblo, siempre representado en una cúpula inhamovible, pero también lo serían las bodeguitas, los restaurantes, las florerías, las funerarias,
las boticas, las fábricas de escobas, el puestecito de viandas del chino, la
ponchera, el carrito de las fritas, el frutero, el aguador, el manisero, - Maní,
el manisero llegó, caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucuruchito
de maní… -, porque toda propiedad era el fruto de una mente capitalista
aberrada que había que cambiar.
El
hombre nuevo llegaba para ayudar en la tarea y lo primero que ocurría era que
lo bautizaban con una pañoleta en cuanto pisaba la escuela. Poco a poco nos olvidamos
de los cantos tradicionales de la infancia, la de siempre, la de nuestros
antepasados, y un buen día regresamos a casa cantando:
Mi mamá
es miliciana,
mi papá
es un obrero,
y yo
soy pionero,
un
niñito bueno.
Con tanto entusiasmo revolucionario, ¿para que
querríamos celebrar el año nuevo? ¿para que cambiar el contexto donde nos
encajaban?
De
pronto descubrimos que nada funcionaba bien, que pasábamos sed en una de las
ciudades más calientes de este hemisferio, que vender maní era ilegal, pero que lo
comprábamos y que la ponchera clandestina de nuestro barrio estaba abierta a cualquier hora que la necesitáramos. Ya no nos interesaba devolverles las bodegas y las
boticas a sus viejos propietarios, porque de cualquier forma siempre estarían vacías.
La Cuban Sugar Company ahora pertenecía al Ministerio del Azúcar, que muchas
veces compraba azúcar en el extranjero. Así mismo la Compañía de Teléfonos
ahora pertenecía al Ministerio de Comunicaciones que ostentaba un cartel en la
fachada que decía: “En la guerra como en la paz mantendremos en las
comunicaciones”. En referencia a lo aterior recuerdo, que un amigo de mi familia fue detenido cuando dijo en público, en
la parada de autobuses de la Terminal de Ómnibus: - si esto es en la paz, no
quiero ver cuando estemos en guerra -. Así, cada compañía intervenida, grande,
mediana o pequeña, se hacía obsoleta con el tiempo.
Con
esta tragedia entraron en la escena revolucionaria las empresas extranjeras y
más recientemente los cuentapropistas, o trabajadores por cuenta propia. Ahora los
cubanos de a pie, tienen formas muy limitadas de hacer negocios, pero las
tienen. Al parecer hacer negocios ya no es de capitalistas sino de
revolucionarios, pero no ha desaparecido la mirada patriarca y parásita del Estado.
La explotación del trabajador es mucho más acentuada en la actual Cuba, que la
que existía antes de aquel primero de Enero de 1959, y por si fuera poco, los
cubanos de hoy necesitan de las remesas para tener una vida un poquito más
digna dentro la indignidad que les ha tocado vivir. El hombre nuevo murió en el
Estrecho de la Florida o se hizo pasado al alcanzarla.
Las
generaciones de hoy no tienen la capacidad de comparar, simplemente porque no
les llega la información de la historia y porque además están anclados en una realidad
impuesta que no se atreven a cambiar. Todo el espíritu de rebeldía fue ahogado
con la educación controlada y el constante adoctrinamiento, aunque hoy el método
se asemeje más a la coacción que al convencimiento.
Se pueden
celebrar el Primero de Mayo, el 26 de Julio, el Triunfo de la Revolución,
y más recientemente se autorizó la celebración de la Navidad.
Por
paradójico que parezca, el 26 de Julio que se festeja, debería ser un día de
duelo nacional. En esa fecha, pero del año 1953, murieron muchos cubanos que se
enfrentaron en el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, cuando el dictador
Fulgencio Batista aun estaba en el poder. El líder de la Revuelta, era un joven
cuyo nombre hoy nos recuerda más lo senil que lo lozano, Fidel Castro Ruz.
Ese
día el cabecilla del levantamiento no estuvo en combate, porque se perdió en
las calles de una ciudad que conocía perfectamente. Muchos de los
sobrevivientes del desastre se preguntan: ¿por que ese es un día de fiesta
nacional? Tal vez sea la retorcida idea del buen amigo de Hades, o puede que sea un error magnánime que cuesta rectificar.
No.
Nosotros no esperamos el Nuevo Año, porque el Triunfo de la Revolución es la
fecha más importate para un cubano. Ese día cambió todo ¿Y si tenemos la
aberración de celebrar el 26 de Julio, por que no el momento en que la una
nación bella y pintada al oleo comenzó su debacles? Lo cierto es, que un dígito
más en calendario anual ya no parece relevante.
Lo que
no sabe mucha gente es que las fiestas tradicionales que desaparecieron, tenían
un origen religioso y en su esencia siempre lo mantenían. La religión que se aceptaría
desde ese momento y que tendería a desbordarse en forma Fe, era tan novedosa como
seductora, pues simplemente llegaba acompañada de las doctrinas de la
Revolución. Otro tipo de competencia religiosa no sería bien recibida.
Los
tiempos fueron cambiando y la represión religiosa se suavizó a niveles
inimaginables. Se permitió que los miembros del Partido Comunista pudieran
practicar alguna religión. El materialismo Dialectico de Carlos Marx y Federico
Engels, los dioses ideológicos del Comunismo, se fueron por la borda del barco
seminaufragante de la Revolución Socialista Cubana. Los verdaderos Comunistas,
materialistas al final de la historia, se sintieron traicionados, pero no
fueron capaces de criticarlo de forma abierta, porque todo este reemplazo venía
de arriba, del Trono de los Dioses Castros.
Nosotros
los cubanos no tenemos un año renovador, pero tenemos la conmemoración anual de
la entrada de los barbudos a la Habana. Lo celebramos como siempre, con puerco,
frijoles negros y arroz blanco. Lo hacemos invariablemente gracias al dinero
que viene del enemigo eterno y útil; nuestro pueblo emigrado.
¡Feliz
día del triunfo de la Revolución Socialista de Cuba!, pero ya sabes a que me
refiero.