lunes, 31 de diciembre de 2012

Nosotros, los cubanos, no celebramos la venida de un nuevo año, sino el Triunfo de la Revolución



Tal parece que los barbudos tenían pensado acabar con todas nuestras fiestas, incluso esa que se celebra en todos los sistemas sociales, en todas las culturas, en todas las religiones, en cada rincón de este planta.

Yo no tuve la opción de constatarlo por mi mismo, porque cuando nací ya todo estaba trastocado, readaptado y resuelto de acuerdo a la suficiencia socialista, donde no habría un espacio para el pecado de las otras doctrinas. A pesar de ello, tuve la oportunidad de leer en muchas revistas de la época pre-revolucionaria y gracias a ello puedo afirmar con categoría geriátrica, que cada ciudad de nuestra Isla tenía su propio día de celebración. En consonancia con los villancicos, la Navidad era ineludible y se impregnaba desde los inicios de Diciembre.

En la época colonial ya se celebraba la Noche Buena y el Año Nuevo. Hasta los esclavos disfrutaban de una paz colorida y ruidosa,  y por decreto, puesto que estaba aprobado que las fiestas de esos días eran para todos, incluyendo negros e indiginas sobreviventes. En consecuencia, el amo bajaba de su limbo celestial a la terrenidad del batey, para mezclarse con sus posesiones. El respetable terminaba sintiéndose humano dentro toda su inhumanidad.

Ya en la república, celebrar la Navidad se había convertido en derecho y entraba dentro de los cuatro días obligatorios de fiesta nacional, pero además estaba la Semana Santa, la venida de los reyes, todo reforzado con una paga extra en Diciembre de pura tradición española. Los niños iban de puerta en puerta, preferiblemente puertas de ricos, para cantar una estrofa pequeña de una canción navideña y si lo hacían bien, el ama llamaba a la señora de la casa para constara por si misma sus talentos y los recompensara con el aguinaldo.

Sobre la existencia paga extra me enteré por primera vez siendo muy niño, mucho antes de convertirme en devorador de cuantos libros me dejaran tocar. Ese día iba de la mano de mi tío Luis, solo doce años mayor que yo. Cerca de la Dulcería “La Antigua Chiquita” tropezamos con un antiguo trabajador de mi abuelo. - ¡Eh, tu eres el hijo de Don Luis! ¡Mira carajo, que grande estás!-, dirigiéndose a mi tío. - Tu padre era un gran hombre, nunca se atrasaba en un pago. Ja, y en los días de Reyes le regalaba juguetes a los hijos de sus empleados... En navidad tu padre se aparecía con unas canastas llenas de queso, chorizo, sidra, turrones y cosas muy ricas, y nos las regalaba... ¡No te imaginas la cara de mi mujer cuando llegué por primera vez a mi casa con todas aquellas cosas! Después nos acostumbramos y nos dedicábamos a comparar la canasta que nos tocaba con la del año anterior. – El hombre seguía con las adulaciones a su antiguo jefe, y si la cara de mi tío era la de un chico asustado al que se le habían escapado las palabras, la mía era la del enano que se escondía detrás de él. La babosería terminó en cuanto llegó a la parte en que decía que su hijo Tomasito se partió el pie jugando a la pelota y que mi abuelo no dudó en pagar los gasto del Hospital de Emergencia. La despedida fue tan rauda como efusiva - ¡Ese gallego si era un buen hombre! -. La leyenda quedó grabada en mi mente, no porque yo fuera testigo presencial de la narración, sino por las veces que fue recontada en el transcurso de mi vida.

Al llegar a la casa, mi tío le explicó a mi abuela lo que había sucedido y ella, para mi sorpresa, montó en cólera. El señor que se dirigió a mi tío era uno de los trabajadores que había participado en la intervención de las dependencias de mi abuelo. Años después, este se largó de Cuba para poner su propio negocio en el extranjero. Más tarde regresaría como todo un señor, aparentando no haber trabajado en su vida para otra persona que no fuera el mismo.

La Revolución que había llegado cambiándolo todo era lo normal para mi. No tenía como contrastar el pasado salvo esos pequeños saltos en el tiempo que ocurrían alguna vez a través de las narraciones de los adultos. El presente era tan constante que parecía eterno y no corrían cambios salvo ese deterioro de la pintura que descubres cuando vez la foto de tu casa cinco años después. 

No sería honesto dejar de reconocer que algunas cosas negativas si fueron arrasadas por la Revolución, como la prostitución y el juego, pero años después serían los males que renacerían desde una perspectiva turística y tercermundista, mostrándose en sus facetas más miserables. Si antes los revolucionarios defendían la integridad de sus mujeres y hombres, ahora parecían estar dispuestos a subastarla en el mercado del sexo más barato. El dinero del enemigo, tan despreciado y criticado en los primeros años de las sediciones y alborotos populares, ahora se reclamaba a voces y sin disimulos.

Hemos celebrado tantos Triunfos de la Revolución como años nuevos hemos pasado por alto, pero aunque este detalle parezca obvio, no lo es tanto. Lo hicimos sin darle una oportunidad a las cosas buenas del pasado, porque la Revolución era tan renovadora que cambió los nombres de las calles, de los edificios, e incluso el de los monumentos conmemorativos en clara intención de hacerlos parecer suyos, dada su incapacidad de crear algo, al menos de engendrar algo hermoso y propio. Se adueño de los hijos de sus padres y los convirtió en la generación combativa, y sin pudor no dudaron en señalar a su familia con sus dedos revolucionarios. Celebrando tantos triunfos, se perdía la cuenta de los años que se gastaban en vano.

Las grandes empresas serían para el pueblo, siempre representado en una cúpula inhamovible, pero también lo serían las bodeguitas, los restaurantes, las florerías, las funerarias, las boticas, las fábricas de escobas, el puestecito de viandas del chino, la ponchera, el carrito de las fritas, el frutero, el aguador, el manisero, - Maní, el manisero llegó, caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucuruchito de maní… -, porque toda propiedad era el fruto de una mente capitalista aberrada que había que cambiar.

El hombre nuevo llegaba para ayudar en la tarea y lo primero que ocurría era que lo bautizaban con una pañoleta en cuanto pisaba la escuela. Poco a poco nos olvidamos de los cantos tradicionales de la infancia, la de siempre, la de nuestros antepasados, y un buen día regresamos a casa cantando:

Mi mamá es miliciana,
mi papá es un obrero,
y yo soy pionero,
un niñito bueno.

Con tanto entusiasmo revolucionario, ¿para que querríamos celebrar el año nuevo? ¿para que cambiar el contexto donde nos encajaban?

De pronto descubrimos que nada funcionaba bien, que pasábamos sed en una de las ciudades más calientes de este hemisferio, que vender maní era ilegal, pero que lo comprábamos y que la ponchera clandestina de nuestro barrio estaba abierta a cualquier hora que la necesitáramos. Ya no nos interesaba devolverles las bodegas y las boticas a sus viejos propietarios, porque de cualquier forma siempre estarían vacías. La Cuban Sugar Company ahora pertenecía al Ministerio del Azúcar, que muchas veces compraba azúcar en el extranjero. Así mismo la Compañía de Teléfonos ahora pertenecía al Ministerio de Comunicaciones que ostentaba un cartel en la fachada que decía: “En la guerra como en la paz mantendremos en las comunicaciones”. En referencia a lo aterior recuerdo, que un amigo de mi familia fue detenido cuando dijo en público, en la parada de autobuses de la Terminal de Ómnibus: - si esto es en la paz, no quiero ver cuando estemos en guerra -. Así, cada compañía intervenida, grande, mediana o pequeña, se hacía obsoleta con el tiempo. 

Con esta tragedia entraron en la escena revolucionaria las empresas extranjeras y más recientemente los cuentapropistas, o trabajadores por cuenta propia. Ahora los cubanos de a pie, tienen formas muy limitadas de hacer negocios, pero las tienen. Al parecer hacer negocios ya no es de capitalistas sino de revolucionarios, pero no ha desaparecido la mirada patriarca y parásita del Estado. La explotación del trabajador es mucho más acentuada en la actual Cuba, que la que existía antes de aquel primero de Enero de 1959, y por si fuera poco, los cubanos de hoy necesitan de las remesas para tener una vida un poquito más digna dentro la indignidad que les ha tocado vivir. El hombre nuevo murió en el Estrecho de la Florida o se hizo pasado al alcanzarla.

Las generaciones de hoy no tienen la capacidad de comparar, simplemente porque no les llega la información de la historia y porque además están anclados en una realidad impuesta que no se atreven a cambiar. Todo el espíritu de rebeldía fue ahogado con la educación controlada y el constante adoctrinamiento, aunque hoy el método se asemeje más a la coacción que al convencimiento.

Se pueden celebrar el Primero de Mayo, el 26 de Julio, el Triunfo de la Revolución, y más recientemente se autorizó la celebración de la Navidad.

Por paradójico que parezca, el 26 de Julio que se festeja, debería ser un día de duelo nacional. En esa fecha, pero del año 1953, murieron muchos cubanos que se enfrentaron en el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, cuando el dictador Fulgencio Batista aun estaba en el poder. El líder de la Revuelta, era un joven cuyo nombre hoy nos recuerda más lo senil que lo lozano, Fidel Castro Ruz.

Ese día el cabecilla del levantamiento no estuvo en combate, porque se perdió en las calles de una ciudad que conocía perfectamente. Muchos de los sobrevivientes del desastre se preguntan: ¿por que ese es un día de fiesta nacional? Tal vez sea la retorcida idea del buen amigo de Hades, o puede que sea un error magnánime que cuesta rectificar.

No. Nosotros no esperamos el Nuevo Año, porque el Triunfo de la Revolución es la fecha más importate para un cubano. Ese día cambió todo ¿Y si tenemos la aberración de celebrar el 26 de Julio, por que no el momento en que la una nación bella y pintada al oleo comenzó su debacles? Lo cierto es, que un dígito más en  calendario anual ya no parece relevante.

Lo que no sabe mucha gente es que las fiestas tradicionales que desaparecieron, tenían un origen religioso y en su esencia siempre lo mantenían. La religión que se aceptaría desde ese momento y que tendería a desbordarse en forma Fe, era tan novedosa como seductora, pues simplemente llegaba acompañada de las doctrinas de la Revolución. Otro tipo de competencia religiosa no sería bien recibida.

Los tiempos fueron cambiando y la represión religiosa se suavizó a niveles inimaginables. Se permitió que los miembros del Partido Comunista pudieran practicar alguna religión. El materialismo Dialectico de Carlos Marx y Federico Engels, los dioses ideológicos del Comunismo, se fueron por la borda del barco seminaufragante de la Revolución Socialista Cubana. Los verdaderos Comunistas, materialistas al final de la historia, se sintieron traicionados, pero no fueron capaces de criticarlo de forma abierta, porque todo este reemplazo venía de arriba, del Trono de los Dioses Castros.

Nosotros los cubanos no tenemos un año renovador, pero tenemos la conmemoración anual de la entrada de los barbudos a la Habana. Lo celebramos como siempre, con puerco, frijoles negros y arroz blanco. Lo hacemos invariablemente gracias al dinero que viene del enemigo eterno y útil; nuestro pueblo emigrado.

¡Feliz día del triunfo de la Revolución Socialista de Cuba!, pero ya sabes a que me refiero.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Peter Higgs, postulado para el Premio Novel de Física se inserta en la polémica de la relación entre la ciencia y la religión


A la adorable científica, +Lil .

La mayoría de los lectores ávidos de Best Selers, no pueden ser ajenos a la Novela de Dan Brown,  Ángeles y Demonios. El tema central es el mismo, el divorcio, o la relación, entre ciencia y religión. Todo comienza en un acelerador de partículas en donde se logra extraer una cierta cantidad de un material cuyo nombre denominativo es «antimateria».  Precisamente Higgs es el hombre que postuló en 1964 la posibilidad de otras formas de materias, incompresibles aun para el mundo científico. Solo la posibilidad de mostrar que es posible lo hace apasionante y propiamente posible.


Perte Higgs. Foto tomada de la página de la Facultad de
Física y Astronomía, de la Universidad de Edinburgo.
Según sus palabras, él no está de acuerdo con el uso que se ha hecho a su postulado de la partícula «Bóson», a la que el público pro-religioso no tardó en apodar la «Partícula de Dios».  Sin embargo, y a pesar de reconocer su ateísmo, ha sentenciado que la ciencia y la religión pueden ser compatibles.

Una cosa en la que no podría estar de acuerdo con esta idea, es exactamente en eso, en esa compatibilidad. Muchas seudo-ciencias se sirven de la propia ciencia para explicar el «minimalismo humano». Las seudo-ciencias quieren, o necesitan de forma imperiosa, convertirnos en seres infinitesimales. Por ejemplo, presentarnos como incapaces de construir pirámides en el Delta del Nilo, convirtiendo, desde sus apreciaciones simplificadoras, un elemento estético y decorativo, en cascos y naves espaciales. Otro ejemplo es la Teoría del Diseño Inteligente. Esta teoría es estrictamente creacionista, aunque nunca logra explicar, o reconocer, quien o quienes son los creadores.

Las seudociencias hacen sus argumentaciones sembrando la duda e intentando desacreditar otras investigaciones científicas. Usan el desconocimiento y las metas no resueltas como la prueba de que hay una forma alternativa, y propia de «la navaja de ocan», para torcer el camino labrado con la experimentación de los verdaderos científicos. En mi opinión, si hay un divorcio ineludible entre las ciencias y las religiones.

Sin embargo, esta forma de razonar hiere a los devotos religiosos, porque ellos consideran que es una manera de descrinarlos, o subvalorarlos. Por supuesto que hay grandes científicos que son creyentes. Estos tienen la capacidad de perseguir la verdad, cualesquiera sean las consecuencias, pero negar que hay un espacio muy grande entre creer y saber, es extremadamente pobre y deshonesto.

El creacionismo no ha encontrado un camino real en donde triunfar sin apartarse de la ciencia, sino una forma de desacreditarla. La elección de creer en alguna forma creacionista es valida mientras no se distorsione a la ciencia, porque cada vez que esto ha ocurrido, la ciencia ha encontrado una forma de revelarse y de hacerse notar. Podría decirse que La ciencia nunca ha perdonado, ni en el peor momento oscurantista de la humanidad.

Respetar las creencias de otros entra en el terreno del humanismo y de la tolerancia social. Es el derecho de todos a elegir su forma de pensar y de vivir, siempre y cuando no se entre en contradicción con los derechos más elementales de las personas que conviven a su alrededor.

Otro aspecto que no me gustaria dejar escapar es que el fundamentalismo siempre ha sido religioso o ideológico, pero nunca científico. Eso no quiere decir que algunos científicos en su exceso de entusiasmo, trastocado en fanatismo, puedan ser fundamentalistas, pero en ese caso dejan de ser científicos. Si los ciega una idea y no son capaces de dejar una puerta abierta a otras posibilidades, están negando el propio método científico que los llevó hasta allí; la observación y la experimentación.

Si hay una relación entre ciencia y religión, supongo que este en esa misma discordancia. Cuando el camino de la ciencia se cierra, o se hace estrecho, entonces la teología aparece fortalecida y nos ofrece una nueva posibilidad que puede poner fin a nuestras angustias, pensamientos complicados o preguntas pendientes. Es la historia de nunca acabar: «Un camino científico que se cierra hace que aparezca un atajo teológico, pero luego llega una nueva solución científica, y vuelta a empezar».

viernes, 21 de diciembre de 2012

Navidades para todos


Las Navidades pueden ser muchas cosas, negativas y positivas, pero nunca dejan de ser especiales.

En esta parte del mundo en que vivo, estos días se convierten en razones comerciales y consumistas, donde se mueve el dinero y la gente se hace un poco más pobre y feliz. Menuda contradicción, ¿verdad? Los gastos en la canasta familiar se triplican, porque ahí están los regalos, las ofertas, las tiendas que abren desde más temprano hasta más tarde, el vino, la cerveza, el whisky, el champan, el cava, el ganso, el puerco, los turrones, las lucecitas de colores intermitentes en una sinfonía europea rediseñada en China, y la familia.

En el mundo en que viven los cubanos de mi Isla, donde un mar voluntarioso y castrista se encarga de recordarles “esta es tu casa”, la navidad también llega con sus matices rechinantes. Hasta no hace mucho no se podían celebrar estas fiestas religiosas, pero gracias a Juan Pablo Segundo, el Comandante en Jefe concedió a los cubanos ese derecho. Desde ese día, los cubanos que la celebraban en secreto no tuvieron que ocultarse y los que no la celebraban porque no era acorde a sus principios del socialismo dialéctico, siempre materialista, corrieron a las iglesias para ver las pobres y talentosas representaciones del nacimiento del niño Jesús. Maravillosamente, el país proclamado cien porciento laico, con las banderas del comunismo a la espalda, ya no lo era tanto. Las navidades nunca fueron un problema político para el cubano, tan solo el tabú pseudo-ideológico de nuestros líderes revolucionarios.

Yo nací a mediados de los sesenta. En mi casa, cuando Diciembre entraba en la escena del tiempo, se habría el closet de la abuela. De allí salían los tesoros en forma de guirnaldas, bolitas brillantes y metalizadas híper-frágiles y no tan resistentes como las de hoy, y mis preferidas, las bombillitas de colores. Luego, algún amigo de la familia se aparecería con un pedazo de pino y mis tías lo convertían en un árbol gigante y miniaturizado. La nieve era puro algodón, recuperable siempre para otros destinos entre las entrepiernas de la alta población femenina de mi casa. Si, celebramos las navidades en secreto y debo confesarles que no me interesaba para nada saber quien era aquel muñequito de yeso que amanecía cada 25 de Diciembre. Aparecía casualmente el mismo día en que moriría mi otra abuela, Maña, años después.

Las bolitas de navidad desaparecieron de mi casa a finales de los setenta, cuando mi hermana pequeña, atraída por su rareza, decidió degustar uno de aquellos frutos fantásticos. Después de una sesión entera de Rayos X en el Hospital Naval de la Habana del Este,  y  dos días hurgando entre la mierda de una bebe muy voraz, aparecieron los restos. Mi madre, tan radical a la hora de solucionar los problemas, puso una docena de cajas llenas con estos objetos de decoración a la orilla de un tanque de basura y desaparecieron en cuanto se dio la vuelta. Desde ese momento el arbolito se decoraría con pequeñas creaciones de papel y otros materiales menos peligrosos.

A pesar de crecer en una familia muy religiosa, hoy por hoy soy ateo, pero para mi las navidades son algo más que una celebración mística. Es el momento de estar con los que están y recordar a los que ya no pueden hacerlo. Estar triste o feliz en esos días, es esa opción en la que nadie se atrevería inmiscuirse. Deja de ser relevante si el pino o sus piñas coníferas son un símbolo pagano, o si Jesús de Nazaret no nació en realidad un 24 de Diciembre del 0000. Lo que importa es ese momento en que la familia tiene una escusa para reunirse, poner las diferencias a un lado y estar juntos siempre que se pueda.

Feliz Navidad a todos mis amigos de Cuba que padecen la persecución de un gobierno que no entiende de colores. Felicidades a personas como Antonio Rodiles y su esposa Ailer, Yoanis Sánchez, Rosa María Paya y el exquisito Orlando Luis Pardo. Las ideologías no deberían ser importantes cuando medie el amor. 

Felicidades también a los que no son perseguidos, o prefieren creer que no lo son. A mi padre y a esas personas adorables que lo rodean, a la familia de mi esposa, a mis amigos de otros tiempos que ni siquiera saben que aun existo.

Mi corazón navideño para mis hijos, +Lil+Josey Carlos y para mi esposa  +Xiomara que siempre esta de mi lado. Mis mejores deseos para mi familia de España, de Estados Unidos, de Alemania, de Venezuela y de Cuba. Disgregados, pero unidos.



Todo mi amor a mis compatriotas, cubanos y españoles, desde New York.