La mayoría de los analistas políticos
coinciden en una evidencia cuando se trata de Venezuela, es un país polarizado
al extremo. Las dos caras fundamentales de la sociedad están enfrentadas
radicalmente. No se trata del clásico careo entre los Demócratas y los
Republicanos estadounidenses, o el de los Socialistas y los Populares
españoles; dos contextos políticos bien conocidos por los cubanos. En el caso
de los venezolanos, el enfrentamiento es radical, porque no hay puntos de
coincidencia. Los chavistas persisten en un modelo que durante quince años ha
demostrado con creces su inoperancia y los opositores ya no quieren convivir
con nada que se parezca a ese modelo social.
Detrás de la resistencia chavista se
esconde la nostalgia y la fidelidad a todo pecho por el caudillo muerto; una
forma emocional de no traicionar su memoria. Chávez, un poco por su habilidad
política y otra por el vulgarismo, cautivo a aquellos que se sentían marginados
y les reveló un supuesto camino de venganza contra aquellos que gozaban de un
mejor estatus social. Es curioso, pero es obvio que desde las revoluciones más
insignes hasta las más decadentes, incluyendo a la Revolución Francesa, siempre
estuvieron marcadas por dos elementos, uno objetivo y otro emocional. El
primero lo constituye, sin ninguna duda, la injusticia y la excesiva pobreza.
El segundo, no se sorprenda usted, es la envidia.
El chavismo ha convencido a sus adeptos de
que los problemas del país son culpa de una vieja oligarquía, que no quiere ceder ante el arrollador
avance de una sociedad socialista. En ésta, el Estado asume todo el roll de
las competencias individuales y determina, de manera fulminante, en el destino
de las cosas y de las gentes, sin apelativos y sin peros. Sin embargo, la realidad
es que una oligarquía es sustituida paulatinamente por otra; la nueva
oligarquía bolivariana. En ese argumento, de acuerdo a las innumerables
definiciones de Fascismo, incluida la de los marxistas, el gobierno venezolano de
la actualidad se presenta y se define de manera muy cercana a este axioma.
El fascismo crea las
premisas para incorporar a sectores muy extensos de las masas a la lucha a
causa de la privación absoluta de derechos, poniendo de manifiesto la identidad
de intereses entre la democracia y la revolución socialista.
Extraído de: «Fascismo
en base al análisis de clases del Fascismo».
En el caso de la
oposición venezolana, esta vez acorralada y marginada respecto a las
instituciones del Estado, hay un claro sentido de la supervivencia. Ha
comprendido, después de varios años de enfrentamientos con el muro de la
inmunidad político-chavista, que el diálogo sujeto a los guiones del gobierno
terminan siendo monólogos en los que les queda muy poco margen para decir algo.
Esto lo vemos en el congreso de los diputados, donde Diosdado Cabello, ha
asumido perfectamente su papel de policía de la democracia. Silencia a la oposición,
con insultos, amenazas, desconectando micrófonos e incitando a la violencia
física. Su papel preferentemente debería ser apolítico, como ocurre en el mundo
de la democracia más respetable. Este acérrimo chavista no disimula su
intención de jugar un papel oficial, trascendiendo y sobrepasando sus
obligaciones, puesto que su única responsabilidad, real y constitucional, es la
de regular las intervenciones de los diputados de manera justa y equilibrada.
Esta es la trama básica y esencial de la política actual en Venezuela, pero hay
un elemento indeseado para el gobierno que la está cambiando.
Se trata de una guillotina
creada a la medida de las circunstancias; el deterioro económico. Todas las
revoluciones de izquierda se han caracterizado por incurrir en tres sucesiones
de eventos fundamentales:
1- Control
absoluto de las instituciones.
2- Promover
justicia social por medio de bienes no creados por el Estado, es decir,
expropiando a terceros.
3- Una
incapacidad inherente para restablecer esos bienes, o crearlos.
Venezuela está tropezándose
en estos momentos con el último de los incisos. Y en este sentido comienzan a
definirse algunos elementos. En primer término el desabastecimiento. Por si a
alguien les recuerda algo, es exactamente lo que ocurrió en Cuba y la
justificación que encontraron por aquel entonces fue fielmente la misma: «el
acaparamiento intencional para generar el caos y el descontento social». Así
nació la libreta de abastecimiento y ya sabemos los malabares que tuvieron que
seguir haciendo las familias cubanas, y que continúan haciendo, para solucionar
sus problemas alimentarios y demás avituallamientos.
El problema es que
en el caso de Venezuela esta justificación tiene un problema. Se trata del país
con mayores reservas de petróleo del Planeta y uno de los mayores exportadores
de crudo a nivel internacional, lo que técnicamente debería convertirlo en uno
de los países con mayor Producto Interno Bruto (PIB) y por tanto podría hacer
gala de elevadísimos índices de bienestar social.
Si habláramos de
ineficiencia económica, aun en ese caso, no debería existir tal
desabastecimiento, así que como ya todos sospechan, en el caldero de las dudas
queda algo más.
Ya son bien
conocidos los múltiples escándalos de corrupción en PDVSA, la mayor entidad
venezolana que gestiona la explotación y exportación de petróleo, y que esta
vinculada directamente a la misma gestión del gobierno. Sus directivos son
puestos a dedo por el mismo presidente y sus afines más cercanos, todo esto sin
contar la mano oculta que mueve los hilos desde la Habana. Ya no son pocos los
gobiernos de América Latina que han recibido dinero constante y sonante de
manos del gobierno chavista. Escándalos de maletas repletas de dinero en valijas
militares y diplomáticas, campañas electorales completamente subvencionadas, y
prestamos de dinero petro-venezolano sin intereses y a largo plazo.
Mientras,
Venezuela necesita abastecerse y ha recurrido a todo tipo de gestión, casi
siempre poco ortodoxa con tal de lograrlo. Más recientemente el escándalo de
corrupción, que devino en una deuda de mas 500 000 millones dólares que se
debían a los comerciantes panameños. «El gobierno fija los precios en una arenca
populista que pretende disimular su inoperancia productiva y en ese desbalance
los comerciantes venezolanos no pueden pagar su deuda a los de Panamá. Así la
mesa de lo que está en camino queda servida, Panamá detiene sus suministros a
Venezuela, más desabastecimiento y esta vez con muy pocas posibilidades de
poder invertir el proceso.
Las palabras triunfantes,
soberbias y amenazantes contra «el imperio que pretende intimidarlos y
rendirlos por hambre» suenan bien en la Tele, pero en los hogares las tripas crean
un sonido diferente que no entienden en el Palacio de Miraflores. La «dignidad» de los
que no sufren el problema, comienza a parecer poco creíble. Lo de siempre. Lo
mismo antes del chavismo y ahora con el chavismo, pero con una diferencia
distintiva: «Ya no hay pan con que cerrarle la boca a los que cambian de
opinión».
En ese contexto se
debate Venezuela. Una vez más la izquierda dura, la buenita y del pueblo, no
tarda en sacar las uñas. No se mide en tachar de fascistas a quienes ya no siguen
su comparsa de iguales todos, iguales en esta desgracia. En mi país diríase que
están aplicando eso de: «di puta antes de que te lo digan», pero eso es lo
menos importante.
Las
justificaciones cada vez son menos creíbles y repetitivas, pero las soluciones
son inefectivas. El discurso tiende a aburrir y la mesa, una vez más, está
vacía. Y como el país se deshace, sumándose a la debacle cubana sin estar
invitados oficialmente, cosas pasan. O quizás, es mejor decir: «o se suma o se
enfrenta».
Aquí dejo esta
forma optimista de ver el problema, porque quizás muy pronto estos inoperantes tengan
que sacar algún provecho de su lealtad a los Castros. Puede que alguno de ellos
termine en la Habana detrás de un escritorio, llorando la grandeza que
ostentaron una vez y que perdieron por su incompetencia arrogante y su locuaz estupidez.
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