martes, 22 de enero de 2013

En busca de la sociedad perfecta. (Anotaciones sobre los sentimientos)



Sabemos de antemano que si aceptamos nuestra propia naturaleza humana, es imposible pensar en la sociedad perfecta. El homo-sapiens sapiens no es una especie cualquiera. Al poseer una capacidad elevada de razonamiento, tenemos que admitir que eso nos lleva a convivir con sentimientos elaborados producto de esa forma encumbrada del pensamiento humano; los sentimientos complejos. Amor, odio, envidia, tristeza, decepción, coraje, alegría, admiración, miedo, deseo, valor, egoísmo, ira, fe, rencor, fidelidad, locura, venganza, lástima, temor, esperanza, crueldad, soberbia, pasión, compasión, optimismo, ternura, soledad, angustia, duda, euforia, culpa, entre otros.

Estos sentimientos jugaron y juegan un rol preponderante en el desarrollo intelectual, político y económico de todas las sociedades. Si hiciéramos un gradiente imaginario que se desplazara desde los sentimientos más positivos a los más negativos, comprobaríamos que es imposible deshacerse de ninguno de ellos. Muchos de estos son la antítesis de otros, de manera que al refutar estariamos negando otros. La mayoría de los sociólogos llegan a plantear que el amor es un sentimiento egoísta porque genera autobienestar. Así se reconoce el amor como un sentimiento que busca una satisfacción personal, la felicidad de otros en nuestro propio beneficio. Desenlazar los sentimientos es una tarea tan ardua y absurda que podría ser comparada con la intención de determinar que ciertas especies están mas adaptadas que otras, sobre todo sabiendo que todas han llegado hasta nuestros días. De lo que no hay dudas es que los sentimientos determinan las conductas a seguir por nuestra especie y he ahí el punto a donde pretendemos llegar en esta primera etapa de la exposición de nuestro trabajo.

Pongamos un ejemplo que involucre sentimientos compartibles por grupos de individuos en una sociedad. Es obvio que los ejemplos conforman una lista muy larga, pero hemos preferido seleccionar el nacionalismo.

El nacionalismo es un sentimiento arraigado en poblaciones que se autodiferecian de otras, ya sea por razones históricas, étnicas, políticas, lingüísticas, económicas, etc., llegando a ser el producto de la combinación de todas. El nacionalismo es identificativo, en el sentido en que crea en el individuo una identidad de pertenencia a una región. Esta identidad está sostenida por razones diferenciadoras, ya sea en el aspecto cultural o regional, y pretende otorgar una especie de orgullo diferenciador, que la mayoría de las veces exhorta y sugiere algún grado de superioridad sobre los demás. El nacionalismo es en si mismo excluyente, porque le concede, casi consiente, una identidad a unos en tanto excluye a otros.

Partiendo de este dilema sentimental que es el nacionalismo, se han desarrollado a lo largo de la historia de nuestro planeta, acontecimientos que han determinado la actualidad en que vivimos. Es muy conocido el Nacionalismo Alemán, que alcanzó su clímax histórico en la época del nacismo hitleriano. Este llevó a los mismos alemanes a una guerra destructora en ambas direcciones. Se hizo creer al pueblo alemán, aprovechando muy bien este sentimiento nacionalista, cuan especiales y superiores eran. Basados en este concepto elemental, se reforzó la idea con ideologías que pretendieron respaldarse con argumentos pseudo-científicos. Se llegaron a establecer patrones para determinar la pureza de una raza, que técnicamente estaría destinada a gobernar al mundo. La propaganda jugo un rol muy importante en reforzar esta forma de pensamiento, pero lo que sostuvo la idea primigeniamente fue un sentimiento ancestral, cultivado a través del tiempo, generación tras generación, el nacionalismo.

Este es un ejemplo concreto de cómo los sentimientos determinan el curso de la historia. La pregunta que se impone entonces es: ¿Cómo los sentimientos individuales influyen en este contexto?

Las respuesta no puede ser simple dada su propia complejidad, pero nos adelantamos en decir que una tendencia del pensamiento a través de los sentimientos es, sin duda, la suma de estos sentimientos individuales cuando confluyen.

En marketing se suele monitorear a los consumidores a través de sus sentimientos. La vanidad del individuo es la diana a donde apuntan los publicistas y raras veces fallan. Una frase como “tu vecina se morirá de envidia”, puede hacer la diferencia entre ventas pobres y millonarias. Los especialistas que estudian el compartimento de la sociedad son tomados muy en serio por publicistas, agencias de consejería política, evaluadores  de mercado, instituciones financieras y un sin fin de organizaciones que pretenden conocernos antes que nosotros mismos. Muchas agencias encuestadoras tienen esa misión, la de conocernos mejor, de saber al detalle cuales son nuestras necesidades, nuestras aspiraciones y sobre todo nuestras posibilidades. Somos monitoreados desde los conceptos de moda implantados en nuestro cerebro, llegando incluso a modelar nuestros gustos por los alimentos. Terminamos usando palabras que se ponen de moda y vamos mutilando la riqueza de nuestras lenguas. En este punto, es muy acertado plantear que nos conocen mejor que nadie, y todo esto es gracias a nuestros sentimientos.

También está el hecho de que los sentimientos son inculcables. El odio al enemigo suele ser uno de estos ejemplos de inculcación colectiva. Sobran los ejemplos en donde pueblos enteros han apoyado guerras de las que después han demostrado arrepentimiento. Solo basta publicitar las acciones negativas de aquellos que elegimos como enemigos, para lograr una respuesta colectiva que les repudie, y así dar el primer paso a una agresión. Normalmente las acciones negativas que se publicitan corresponden a sectores aislados de una población, pero a los efectos publicitarios identifican a un colectivo mayor que es al final el que sufre las consecuencias. Las guerras regresan a nuestros escenarios a través de una gran variedad de sentimientos, el odio, el miedo, el fanatismo, la euforia, la prepotencia, la venganza, la ira, el amor

Aun nos queda por aclarar como los sentimientos nos llevaron a estas posiciones civilizadas de la actualidad y del mundo moderno. Pensemos en nuestros primeros homínidos. Ese ser primitivo que intentaba una convivencia dentro de un colectivo social y que al margen de cualquier idea también experimentaba sentimientos. Se supone que este homínido era un ser frio y pragmático. Sus emociones le acompañaban durante su vida, pero jugaban un papel secundario, puesto que sus prioridades eran las de sobrevivir a los inviernos, a las hambrunas, a las enfermedades y a la competencia de otros colectivos humanos. El miedo debió haber sido una constate en sus días más difíciles. En este ser cubierto de pieles y de andar cuidadozo, predominaban los instintos sexuales sobre esos sentimientos  elaborados y que conocemos hoy del amor entre las parejas. 

La envidia pudo haber actuado como elemento regulador en las aportaciones al colectivo. Aquellos individuos que contribuían menos, debieron sufrir la crítica y el repudio de los que aportaban mayor beneficio social. No era una vida fácil, y mas allá de la idea romántica de vivir saludablemente de lo que les aportaba la naturaleza, la realidad es la que nos revelan los restos arqueológicos, y es que morían muy jóvenes. De manera que si se quería llegar a la edad adulta, había que madurar muy rápido y vivir con mucha intensidad. Dicho de otra forma, no había demasiado tiempo para los sentimientos, ellos estaban allí, pero se fueron desarrollando a la par del intelecto, que en aquella época sentaba sus bases.

Los sentimientos impulsaron al hombre a conquistar otras tierras en su deseo de crecer y dar una mejor vida al clan. Le dieron el valor necesario para enfrentarse a animales que podían arrebatarle la vida, con tal de garantizar la alimentación de los suyos. Los sentimientos ayudaron a regular el comportamiento dentro del grupo social, fomentando actitudes que favorecieran la convivencia.

La fuerza, y el conocimiento que se iba acumulando, eran importantes en este avance hacia el futuro, pero sin duda todo estaba apuntalado con sentimientos. Estos contribuían con un impulso extra hacia delante y en la medida en que el hombre crecía, se proveía de lo que más lo diferenciaba del mundo animal, su capacidad de razonar y de sentir.

1 comentario:

  1. Uy. Yo siempre leo y no escribo nada, pero es que me ha gustado mucho. Queria lo supieras. Muchos besos guapo.

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